(Nada)
Esto no es nada, es sólo una práctica.
El hombre estaba temblando desde hace un buen rato. Sudor corría por su frente y tartamudeaba cosas que no se lograban entender sin parar. Exasperada, le quité la venda de los ojos y dejé que me viera sostener firmemente mi calibre 22 beretta.
Agrandó sus ojos aterrorizado, y después la sala la vieja habitación se inundó de silencio.
—¿Lepagarás a Galliardi?—pregunté endureciendo mi mirada.
El hombre se tensó de inmediato, y tomó aire profundamente. Se movió incómodo allí tentido en el suelo y después me vio directo a los ojos.
—¿Vienes en su nombre?—preguntó mientras alzaba una de sus cejas—No le pagaré ni un centavo a ese cabrón, él me engañó e hizo que sus hombres me...
Sin dejarlo terminar, le apunté a al espacio entre susojos. Él inmediatamente se calló y mordió su labio inferior. Mordí mi lengua y acaricie levemente el gatillo del arma, mientras escuchaba el titiriteo de los dientes de aquél hombre.
—Le pagas o mueres—dije encogiéndome de hombros.
—Viene ya la policía—me avisó mi compañera de trabajo, Gabriela, quién estaba observando por la ventana pegada a la pared, mientras preparaba su arma favorita,una Walther P38—. Acaba con él ya y vámonos.
—No le pagaré—repitió el hombre decidido.
Hice una mueca de disgusto y apreté la pistola entre mi mano—Qué mal—respondí arrugando la nariz, para después tirar del gatillo y dispararle en la frente.
Quedó inmóvil en el suelo, mientras la sangre escurría por su frente en un agujero por dónde había entrado la bala. Miré unos segundos mi trabajohecho, y ladee la cabeza observando algo que caía por el bolsillo de su saco. Me acerqué, ignorando los regaños de Gabriela.
Toqué las afueras del bolsillo, y al sentir algo duro, metí mi mano y saqué lo que imaginaba. Me levanté del suelo y giré sobre mis talones enseñándole a Gabriela lo que había encontrado.
—¿Nos vamos a cenar?—le dije sonriendo y sosteniendo en mis dedos la cartera de piel.Ella sonrió conmigo, pero después me hizo un ademán con la cabeza para que nos fuéramos. Caminó hasta las escaleras del piso y bajó, la seguí, pero me detuve y saqué de mi bolsillo unos fósforos. Prendí uno y lo lancé al cuerpo del hombre, dejé que se incendiara por completo y después bajé las escaleras detrás de Gabriela.
—Hay sangre en tus botas—dijo Gabriela al verme bajar, mientrasfruncía el ceño disgustada.
—Perdón, señorita perfecta manos limpias—respondí entrecerrando los ojos y mirando mis botas negras.
Salimos del edificio abandonado y miramos a los lados. Las sirenas de los policías lograban escucharse a una distancia prudente, así que nos echamos a correr al otro lado de la calle. Las luces públicas parpadeaban, mostrándonos pocos segundos el camino.
Oímos lassirenas de un auto policiaco a la esquina de la calle, así que levanté la capucha de mi sudadera y me la puse, mientras miraba abajo y sacaba mi celular fingiendo teclear algo. Gabriela hizo lo mismo, pero ella fingió hablar por teléfono como niña mimada. Aunque, bueno, ella lo era.
Dimos vuelta en la esquina de la calle, mientras veíamos que un policía hablaba por la radio dentro de su auto.Después de perderlo de vista, guardé mi celular y Gabriela hizo lo mismo.
—Trabajo contigo desde hace más de unos tres años y no entiendo aún como guardas la pistola entre tu pantalón—susurró Gabriela pasando a mi lado.
Reí por lo bajo y sentí el cálido tacto de la pistola en mi cintura. Obviamente primero le quitaba los cartuchos y después la guardaba, conocía de un chico que no le quitólas balas, las guardó entre su pantalón y al correr, la pistola disparó. Fue doloroso.
—Mucho espacio, arma ligera y polvo de hadas—le respondí caminando más rápido hasta llegar a su lado.
Gabriela rodó los ojos, después ambas escuchamos el timbre de su celular. Era una canción de Thirty Seconds to Mars que le encantaba. Sacó el iphone de su bolsillo trasero de sus jeans y contestó sin...
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