narrativa
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NARRATIVA BREVE
Sylvia
Iparraguirre
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Índice
Prólogo
11
En el invierno de las ciudades
33
Toda una tarde de la mano,
al costado de la vía
37
El dueño del fuego
47
La noche del Ángel
59
A la sombra de Juan de Garay
65
Un lugar sobre los médanos
77Marina
83
La vigilia
89
Lejos de Buenos Aires
95
Esta noche voy a verte
101
De carne somos
113
La deuda
127
En el invierno de las ciudades
137
Encontrando a Celina
153
Probables lluvias por la noche
El viking
159
Eva
169
El pasajero en el comedor
177
Schygulla en la madrugada
185
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Viva como en Bretaña
193
La noche de San Juan
201
Un amor en la tormenta
207
Señal a Brenda
217
Probables lluvias por la noche
225
El país del viento
En el sur del mundo
241
Tachuelas
251
El Faro
259
24 kilos de oro
269
La tormenta
279
Lila y las luces
289
Habla Kishé
297
Atardecer con sirenas
303
El Bohème315
Posdata
331
Cuentos inéditos
El Packard negro
335
Los largos días
345
El misionero
361
El regreso
371
Del libro inédito:
Del día y de la noche
El corazón del bosque
383
El libro
385
Ganimedes
387
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Por ejemplo, un lunes
389
Posición de los escritores
391
Último tren
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Narrativa breve
a Abelardo
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En el invierno de las ciudades
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Aquellos que ignoran el momento apropiado de su partida
son los exploradores más valientes,
parten hacia un país donde nadie está destinado a ir,
entran en untiempo que nadie ha previsto.
TENNESSEE WILLIAMS
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Toda una tarde de la mano, al costado de la vía
En el andén catorce, el reloj marcaba la hora de salida del tren nocturno a Olavarría. Casi alzada por el hombre
de barba que venía con ella, Jorgelina subió en la última
puerta del último vagón; él le alcanzó un bolso, dudó un
momento ytambién subió. Se miraron, incómodos y agitados. El hombre de barba fue el primero en apartar los ojos.
La chica llevaba en uno de los brazos un grueso saco de invierno; en el otro, varios libros, una carpeta enorme y un
bolso que le colgaba del hombro. En realidad no era una chica, tenía treinta años. La figura delgada y el pelo largo y lacio sobre la cara le daban el aire de una adolescenteun poco
atolondrada. El hombre le hizo unas recomendaciones apresuradas que se perdieron entre otras voces y el silbato estridente del guarda. El tren dio una sacudida. Dios mío, pensó
ella, cómo hago ahora para llegar al vagón diecisiete. Un soldado los miraba apaciblemente desde la puerta del pasillo.
—Por favor —decidió de pronto el hombre—. ¿La
podrías ayudar con todo esto hasta el asiento?El soldado, sin moverse, dijo que sí con la cabeza.
Tenía el birrete sobre el hombro, sujeto por la tira de la
c h a r retera. El hombre y Jorgelina se besaron fugazmente.
Esta vez no era culpa de ella; a pesar de su costumbre de salir siempre a última hora, corriendo trenes y ómnibus de
larga distancia, esta vez no era su culpa. El hombre bajó y
ella se asomó a la puerta del vagón, agitóla mano y durante un largo rato se quedó mirando hacia atrás, hasta que el
gigantesco andén de Constitución se hundió en la noche y
las luces de Buenos Aires empez a ron a correr en la oscuridad, a los costados del tren. Cuando se dio vuelta, la presencia del soldado la sobresaltó: lo había olvidado por com-
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p l e t o. El chico,...
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