Nati
Pero la majestuosa compañía de abajo cambiaba el rumbo de su sonar y Odile no aparecía. Dios sabe dóndese encontraba. Abrió los ojos. Las notas la perseguían, la acechaban, ansiando un error. Su única arma era Odette, firme en su forma, que siempre la guiaría con altura. Pero aquellapulcritud sería también la que la llevaría al fracaso. Alzó la cabeza. Las luces la segaron. El público la violaba de una forma salvaje con sus ojos de buitres. Rothbart la rozó con ternura.Esa ternura encantó a Odette. Pero irritó a Odile, quien se irguió en el interior de la pobre bailarina como una llama incontenible, y comenzó a desplazar a su inmaculada gemela enaquella danza suicida. Sin embargo, la caricia del mago se desvaneció, y la llama negra se extinguió. Muy a pesar de la bailarina, Odette volvió a internarse en ella, exasperante einevitablemente.
La bailarina seguía deslizándose en pena, temerosa de las notas imperiales. Ya sólo existía el miedo al miedo mismo. O quizá el miedo a un miedo supremo. Se entregó a las manosde su príncipe salvador, quien paradójicamente, la acababa de sentenciar al fracaso. Elevándose en el aire, giró en los brazos de Sgifrido, principesco y traidor. La música alcanzó suauge malévolo y Odile la abandonó por completo. Quizá lo supo cuando cayó de bruces frente al público, o cuando escuchó a éste ahogando un grito en una profunda e imperdonable indignación.
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