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Un caso fascinante de resiliencia es el de Avigdor Arikha, un pintor rumano, de origen judío y fama mundial, cuyas obras precisamente, se pueden admirardesde esta semana en la Fundación Thyssen de Madrid (yo tendré el placer de ver los 80 oleos que allí se exponen dentro de unas horas).
Arikha sobrevivió a los campos de exterminionazis, aunque perdió allí a su padre. Salvó su vida porque sus extraordinarios dibujos, realizados en el campo de concentración, llamaron la atención de unos delegados de la Cruz Roja aquienes permitieron visitar aquel infierno.
Cuando tenía menos de 20 años, Arikha se alistó como voluntario para participar en la guerra que dio origen al Estado de Israel. Fue entoncesgravísimamente herido, hasta el punto de que su cuerpo fue llevado al depósito de cadáveres, con la correspondiente etiqueta identificadora. Pero una enfermera comprobó que aún Arikha nose resignaba a morir. y tras una operación quirúrgica in extremis y un coma de varios días, Arikha volvió a salir adelante.
Tras reponerse milagrosamente, Arikha inició una grancarrera como pintor. Y lo que caracteríza sus obras es su obsesión por pintar siempre del natural, por capturar cada detalle la realidad viva, efímera pero sublime. Para él, la obra de artees quizá la mejor forma de afirmar su indomeñable voluntad de estar vivo. Y de hecho sigue viviendo y pintando a sus 79 años. Pero al mismo tiempo, su propia vida, (que ha glosadobiográficamente nada menos que por su entrañable y ya desparecido amigo Samuel Becket), se ha convertido también en una de las más extraordinarias y admirables obras de arte vivas.
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