Niebla fragmento
Niebla
.
Nota:
Miguel de Unamuno, que fue un ser humano de carne y hueso de verdad, escribe
Niebla
en
_______ . Unamuno le pide a Víctor Goti (que es uno de los personajes de la novela,
amigo del protagonista, Augusto Pérez), que le escriba el prólogo. O sea, que el autor del prólogo es Víctor Goti, un ser humano de carne y hueso de mentira.
PRÓLOGO
Se empeña don Miguel de Unamuno en que ponga yo un prólogo a este su libro en que
se relata la tan lamentable historia de mi buen amigo Augusto Pérez y su misteriosa muerte, y yo
no puedo menos sino escribirlo, porque los deseos del señor Unamuno son para mí mandatos, en
la más genuina
acepción de este vocablo. Sin haber yo llegado al extremo de
escepticismo hamletiano de mi pobre amigo Pérez, que llegó hasta a dudar de su propia existencia, estoy por
lo menos firmemente persuadido de que carezco de eso que los psicólogos llaman
libre albedrío
,
aunque para mi consuelo creo también que tampoco goza don Miguel de él. (…)
Mucho se me ocurre atañedero al inesperado final de este relato y a la versión que en él
da don Miguel de la muerte de mi desgraciado amigo Augusto, versión que estimo errónea; pero
no es cosa de que me ponga yo ahora aquí a discutir en este prólogo con mi prologado. Pero
debo hacer constar en descargo de mi conciencia que estoy profundamente convencido de que
Augusto Pérez, cumpliendo el propósito de suicidarse que me comunicó en la última entrevista,
que con él tuve, se suicidó realmente y de hecho, y no sólo idealmente y de deseo. Creo tener
pruebas fehacientes en apoyo de mi opinión; tantas y tales pruebas, que deja de ser opinión para
llegar a conocimiento.
Y con esto acabo.
Víctor Goti.
Nota:
Tras una serie de desgracias, Augusto Pérez –protagonista de esta novela o
nivola, que se siente sólo y abandonado, decide ver a un tal Miguel de Unamuno, que resulta
ser el autor de la obra que él está viviendo… ¿Puede un personaje ir a ver a su autor? ¿Pudo
don Quijote ir a conocer a Cide Hamete, o Hamlet a Shakespeare?
Capítulo XXXI.
Aquella tempestad del alma de Augusto terminó, como en terrible calma, en decisión de
suicidarse. Quería acabar consigo mismo, que era la fuente de sus desdichas propias. Mas antes
de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurriósele
consultarlo conmigo, con el autor de todo este relato. Por entonces había leído Augusto un
ensayo mío en que, aunque de pasada, hablaba del suicidio, y tal impresión pareció hacerle, así
como otras cosas que de mí había leído, que no quiso dejar este mundo sin haberme conocido y
platicado un rato conmigo. Emprendió, pues, un viaje acá, a Salamanca, donde hace más de
veinte años vivo, para visitarme.
Cuando me anunciaron su visita sonreí enigmáticamente y le mandé pasar a mi
despacholibrería. Entró en él como un fantasma, miró a un retrato mío al óleo que allí preside a los libros de mi librería, y a una seña mía se sentó, frente a mí.
Empezó hablándome de mis trabajos literarios y más o menos filosóficos, demostrando
conocerlos bastante bien, lo que no dejó, ¡claro está!, de halagarme, y en seguida empezó a
contarme su vida y sus desdichas. Le atajé diciéndole que se ahorrase aquel trabajo, pues de las
vicisitudes de su vida sabía yo tanto como él, y se lo demostré citándole los más íntimos
pormenores y los que él creía más secretos. Me miró con ojos de verdadero terror y como quien
mira a un ser increíble; creí notar que se le alteraba el color y traza del semblante y que hasta
temblaba. Le tenía yo fascinado.
–¡Parece mentira! –repetía–, ¡parece mentira! A no verlo no lo creería... No sé si estoy
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