ningun pito como el mio
En una de esas noches, que fue Javier Corzas, poeta y telegrafista, descubrió la fiereza deslumbrante con que se movía Isabel Arango. Bailaba dentro de ungrupo, pero él pensó que era ella quien perfumaba el aire por el que iban cruzando su precisa cintura, su espalda pequeña, sus brazos largos.
En la segunda mitad del programa, Isabel bailó unacoreografía para ella sola que había dependido de su propia inventiva. Era un tristísimo cantar mexicano que cuenta los pesares de una mujer borracha que debe dejar su pueblo y su amor, para irse a la ciudadsiguiendo el destino de su patrón. Isabel empezó el canto moviéndose con la finura un poco rígida que impone el ballet clásico, subida en unos zapatos de puntas romas sobre las cuales giraba como unamuñeca de cuerda, presa de una incipiente borrachera. Luego, mientras seguía bailando se desató los lazos que ataban sus zapatos a sus piernas y terminó por tirarlos lejos mientras el juego de sus manosrompía la noche en dos y una luz le iluminaba el gesto haciéndola parecer un sortilegio. La borrachita desgarró su vestido y cayó al suelo donde su cuerpo se estremeció simulando la embriaguez másacongojada y armoniosa que hubieran visto los ojos de aquel público. Los últimos acordes la siguieron a perderse extendiendo los brazos desesperados hacia un horizonte de nada.
Javier Corzas se levantóantes que nadie y aplaudió arrebatado, seguro de que eso era lo más estremecedor y desafiante que alguien había bailado nunca. Tras él quienes llenaban el teatro demostraron estar de acuerdo conaquello que bien podía llamarse un desafuero y lo aplaudieron hasta que Isabel se bajó del escenario y corrió a buscar refugio entre los brazos de doña Prudencia, su gorda y maternal casera. De ahí laseparó el llamado de Pablo, a quien Corzas le había exigido que lo llevara junto a ella.
—¿De qué cielo caíste, mujer endiablada? —dijo el poeta—. Bailas como una diosa.
Isabel lo escuchó decir...
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