ninguna
Enmarcada por la espléndida geografía del Valle del Cauca, en épocas
pasadas floreció la hacienda «El Paraíso». Allí, rodeados por la bondad
de sus padres y tíos, crecieron dos jovencitos de nombres Efraín y
María, primos hermanos, quienes desde su más tierna infancia se
hicieron inseparables compañeros de juego y alegría. Muy pronto, sin embargo, el camino de los dos primos se separó.
Efraín, alcanzada la edad necesaria para emprender una sólida
educación, fue enviado por sus padres a la ciudad de Bogotá, en donde,
tras seis anos de esfuerzo, consiguió coronar sus estudios de
bachillerato.
María, entre tanto, lejana ya las delicias de la infancia, se había
convertido en una bellísima muchacha, cuyas dotes y hermosura encandelillaron al recién llegado bachiller.
Ciertamente la sorpresa del muchacho fue compartida. También María
se sintió vivamente Impresionada ante las maneras y el porte de su
primo, y aquella mutua admiración dio tránsito a un vehemente amor
que se apoderó de sus corazones, sin que ellos mismos pudieran
comprenderlo o sentirlo.El cariño de los jóvenes progresó dulcificado por las bondades de su
medio y muy pronto, a pesar de que ellos quisieron ocultarlo, los ojos de
sus mayores recabaron en este mutuo afecto. Entonces, una sombra
dolorosa se interpuso entre los dos enamorados. Los padres de Efraín,
quienes abrigaban un vivísimo amor por su sobrina, no podrían olvidar
una penosa circunstancia .que señalaba indefectiblemente su destino. Tal como su madre, muerta bastante tiempo atrás. Marta daba
muestras de padecer una dolorosa enfermedad. Aquella dolencia, que
llevara a la muerte a quienes la padecieran, tarde o temprano,
empezaba a notarse en el semblante juvenil de la muchacha. Ningún
alivio era suficiente, y aunque el ánimo de los buenos señores se
inclinara favorablemente al amor de los muchachos, la posibilidad, casi indudable, de la muerte temprana de María, los obligaba a oponerse.
A pesar de ello, sus acciones no revistieron crueldad o torpeza. Todo lo
contrario, el padre llamó a Efraín a su lado y sin mostrar señal alguna
de su íntima determinación, lo instó a viajar a la lejana Europa a fin de
adelantar estudios superiores de medicina. Aquella solicitud conturbó el ánimo de la enamorada, quien veía con profundo pesar la forzosa
distancia que entre los dos pudiera interponerse. Sin embargo, la
voluntad paterna fue determinante y tras una serie de obstáculos y
aplazamientos que llenaron de felicidad el corazón de los amantes,
Efraín enderezó sus pasos rumbo a Londres. El dolor de los primeros
tiempos de separación fue mitigado por las incontables cartas que los
muchachos se enviaban. Muy pronto, Efraín resintió las dilaciones y tardanzas de su amada. Y
cuando esta situación más lo mortificaba y ofendía, supo por boca de un
amigo recién llegado a Inglaterra, que la joven María había sido
postrada por una dolorosa enfermedad que la amenazaba cruelmente y
que requería su presencia. Inauditos fueron entonces los dolores de
Efraín tratando de encontrar vías inmediatas para su desplazamiento desde Europa.
Las enormes distancias y la lentitud de los transportes se erigía como
otras tantas lanzas que mortificaban su corazón. Días y días se
sucedían, sin que la añorada patria asomara en el horizonte. Llegaron
después tas penalidades de la travesía de ríos y montanas, los
accidentes, las lluvias, la crueldad de la naturaleza que inconmovible asistía a los agónicos esfuerzos del enamorado. Cuando ya Efraín
consiguió descabalgar en tierras de «El Paraíso» y saludó emocionado a
sus padres, por el semblante de aquellos adivinó la verdad: sus
esfuerzos fueron vanos.
La amada no pudo aguardar su llegada y con su nombre entre los labios
falleció.
La desesperación de Efraín lo condujo hasta el pie de la tumba de ...
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