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Páginas: 14 (3476 palabras) Publicado: 7 de septiembre de 2011
El bufón de los velorios
Posted: 8 octubre 2010 by cronicasperiodisticas in Alberto Salcedo Ramos
Etiquetas: Colombia, Etiqueta Negra, Humor, Muerte
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Chivolito jura por Inés Cuesta, su madre, que no se duerme cada noche con la esperanza de que a la mañana siguiente amanezca muerto alguno de sus paisanos.

Luego carraspea, se queda pensativo. Casi enseguida advierte que, aunque a él leconviene la muerte del prójimo, jamás se ha sentado en la terraza a esperar que eso ocurra. La gente estira la pata porque le toca y no porque él se encargue de liquidarla. «Yo no tengo la culpa de que la trombosis ande suelta por las calles buscando empleo», añade con una sonrisa malévola.

Chivolito, cuyo nombre de pila es Salomón Noriega Cuesta, le debe el apodo a una pequeña verruga que teníasobre la frente. Se ha pasado los últimos cincuenta años de su vida contando chistes en los velorios de Soledad, un pueblo de la costa Caribe de Colombia, a casi mil kilómetros de Bogotá. Los asistentes se desternillan de la risa y le brindan licor. Lo aplauden, le dan palmadas sobre los hombros. Al final de la jornada, él extiende frente a ellos una gorra, para que se la llenen de monedas. Casisiempre recoge entre ocho mil y doce mil pesos –unos cinco dólares.

A menudo son los propios dolientes quienes lo solicitan como bufón, pues saben que su presencia le garantiza compañía al difunto. También sus vecinos le avisan cuando alguien acaba de fallecer. Y a veces él mismo está pendiente de los carteles de exequias que los deudos de los difuntos pegan en las paredes. En Soledad y en variosbarrios del sur de Barranquilla es popular la frase según la cual un velorio donde falte Chivolito no tiene ni pizca de gracia.

Por lo general, Chivolito llega al velorio a las ocho de la noche. Les da el pésame a los deudos y se sienta en la sala, al lado del ataúd. Allí permanece un rato en silencio, con el rostro desconsolado. Es su manera de expresar respeto por la ceremonia religiosa.Luego se va hacia el patio o hacia el exterior de la casa –depende de dónde esté el público– y comienza su función, que suele prolongarse hasta el alba. Muchos de los asistentes le resultan ya familiares, pues son vagabundos de feria que lo siguen de un lugar a otro. Como conocen a fondo su repertorio, le van haciendo peticiones en voz alta, una actitud similar a la de esos espectadores enardecidosque, en los conciertos, les solicitan canciones a sus músicos favoritos. «¡Echa el del man que tenía dos próstatas!», le grita un calvo de bigote frondoso. «Es mejor el del viagra pediátrico», exclama un vendedor callejero de butifarras. «Cuenta el de los esposos que se detestaban», propone un anciano desdentado. Ellos ignoran que, al recordarle a Chivolito sus propios chistes, lo ayudan a combatirlos estragos de su memoria y a seguir vigente a los setenta y ocho años.

Hubo un tiempo en que Chivolito sabía exactamente a cuántos finados había visitado. Cargaba un bastón de guayacán en forma de culebra al cual le trazaba una raya con un cuchillo de cocina cada vez que animaba un nuevo funeral. Hace años el bastón se le extravió y Chivolito dejó de llevar las cuentas: entonces había animadonovecientas dieciséis velaciones. Antes, cuando le sobraban arrestos, recorría la Costa Caribe de punta a punta, desde el Cabo de la Vela hasta Bocas de Ceniza (unos quinientos kilómetros de distancia) en busca de velorios para sus humoradas. Ahora, viejo y achacoso, evita en lo posible los lugares que están demasiado retirados de su casa.

Cuando no ejerce su oficio de bufón, Chivolito se lapasa refunfuñando contra lo que él llama su «mala suerte». Su inventario de quejas es extenso: le duelen las articulaciones, le arde la garganta, duerme muy poco. Le molesta la catarata del ojo izquierdo y le preocupa su exceso de ácido úrico. A finales de los años setenta lo abandonó la esposa, y en 1996 se le murió la hija. Así que a estas alturas vive de la caridad donde un compadre, en una...
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