no es tarde de paseo

No es tarde de paseo El calor, se hacía cada vez más insoportable. Fernando le acababa de dar un trago al envase de agua pero su garganta volvía a estar casi tan seca como las espigas de trigo recién cortadas que descansaban en la era. En cada pausa repetía el mismo ritual: con el brazo apoyadosobre el mango de la hoz, sacaba de su bolsillo un pañuelo con el que secaba el sudor del cuello y la frente. Después de beber y escupir el polvo acumulado en la boca, se enjuagaba los ojos y buscaba con la mirada la figura de su padre. Entonces empezaba un juego en el que intentaba averiguar qué energía era capaz de impulsar aquel cuerpo septuagenario que aún segaba con la cadencia de las olas quevienen a morir en la playa empujadas por una fuerza superior. Entre el asombro y la admiración, caía finalmente en la cuenta de que eran precisamente todos esos años dedicados al campo los que, serenamente, había hecho florecer en él una inercia vital que parecía inagotable.

El ladrido de los perros devolvió a Fernando a la realidad anunciando una visita que ninguno de los dos esperaba. Nohabía transcurrido una semana desde el alzamiento y los balcones de Granada ya estaban adornados con las banderas nacionales mientras en la calle sonaban los himnos y se oían gritos de muerte a la República. Ajeno a estos acontecimientos, Fernando se dirigió con paso flemático a la reja de su casa donde dos jinetes se encontraban descabalgando sus monturas. El más alto un joven enjuto, con caraafilada y ojos minúsculos se acercó a su compañero un cincuentón mucho más bajo y orondo cuyo espeso mostacho disimulaba una cicatriz en los labios y le susurró lo que debían ser las últimas instrucciones de un plan la noche anterior.

¿Está el viejo contigo? Pregunto con desprecio. Si- contestó Fernando ¿Por qué? Con un movimiento de cabeza, el jinete señaló la dirección en que debía encontrarse elpadre de Fernando, No te preocupes por él. Antonio lo acompaña a casa. En cambio tú vienes conmigo. ¿Cómo? Lo que oyes replicó el joven dejando asomar la empuñadura debajo de la chaqueta. Las campanas de la Iglesia de San Justo y Pastor de Granada acababan de dar las once de la noche cuando el camión que transportaba a Fernando entró en el patio del Gobierno Civil.

Desde muy pronto por lamañana, una cuadrilla de media docena de militares encabezados por Miguel Velasco así se llamaba el jinete armado, había recorrido el valle de Lecrín en busca de los llamados desafectos, hombres que por diferentes motivos sospechados e insospechados, representaban un peligro para el triunfo golpista. Desconcertado, Fernando bajó del camión y fue junto a otros veinte detenidos a un calabozo que losasaltantes habían improvisado en los sótanos del edificio. La sala, ventanas y con los techos demasiado bajos, desprendía una atmósfera aún más acuciante que la de por la mañana en la siega. Diego pronto se percató de que esta atmósfera poco tenía que ver con el calor asfixiante del granadino al que por otra parte estaba acostumbrado. Más bien parecía salir de las lámparas que coronaban cada una de lasmesas esparcidas irregularmente por la estancia; era como si en ese momento, los focos estuvieran escupiendo, a través de una luz, todo el dolor y el miedo de quienes habían sido interrogados en los últimos días. Olía a sinrazón y a valor a terror y a humillación.


La noche transcurrió sin que nadie se hubiese acercado a Fernando. De vez en cuando, en el banco situado enfrente, se sentaba unnuevo detenido que apenas permanecía media hora en la habitación. De este carrusel de sospechosos, dos hombres llamaron especialmente su atención: el primero de ellos era un gigantón sin chiste al que las circunstancias otorgaban un aire torpe y no se vale por sí solo. Debía ser sin duda un hombre importante, probablemente algún cargo político que se enfrentaría esa noche a las peores horas de...