no mires atr s
Hace ya una pila de años, casi cien. Pero la gente del pago todavía se acuerda de aquel casamiento más que bien festejado, con varios días de bailanta con acordeón y guitarra, agüita en el piso para no levantar polvareda, vestidos con voladitos y asado con cuero. Francisca era famosa por lo linda y simpática en la Florida chiquita de aquel tiempo. Gervasio era un muchachotrabajador que llevaba buen tiempo enamorado de ella y los dos eran vecinos muy queridos. Fueron bienvenidos cuando vinieron a instalarse en un campito cerca de Molles.
Los primeros meses fueron justo como Francisca lo imaginaba. Gervasio era cariñoso, fuerte y trabajador, y junto con las ilusiones, la quinta que hicieron en el campito también empezó a crecer pronto y a dar sus frutos. Gervasioconsiguió trabajo enseguida en una estancia de la zona. Ella lo esperaba desde que salía junto con el sol a encarar sus labores, hasta que volvía con el sol bajo y cara de cansado y lo recibía con esa sonrisa linda que siempre le brillaba en la cara. Él no quería que su mujer trabajara, para que se dedicara a la quinta, tener linda la casa y la comida, esas cosas, y porque el trabajo afuera es para loshombres, como el boliche y la penca donde iba a jugarse unos pesitos y tomar algo con la paisanada los fines de semana.
Pero pasaron los meses y después los años y la vida dura del campo fue vaciando de a poquito los sueños de aquel matrimonio. Gervasio volvía agotado y con pocas luces para conversar. Francisca aprendió a quedarse sola, medio condenada a aquella vida aburrida y sin horizontes.Los sábados era el único día verdaderamente distinto. Aprovechaba que el marido iba a la penca, para viajar al pueblo a hacer las compras de la semana. Un poco más de bochinche, unos cuantos chismes, y era como si Francisca se cargara de compañía para encarar la semana. Aún así, con los años, la soledad fue borrando aquella sonrisa legendaria.
Como todavía era tan joven y amable como bonita, no eranpocas las miradas masculinas que se le cruzaban. Francisca aguantó por años la vida que le tocó. Hasta que conoció a un muchacho un poco más joven que ella, que la conquistó con cartas repletas de pasiones casi olvidadas que le hacía llegar a través de conocidos. La primera le hizo sonrojar frente al mostrador de la panadería. La cuarta, días después, la hizo soñar sueños cargados de culpa.Francisca no pudo resistir. Al tiempo empezaron a verse cada sábado en rincones escondidos del pueblo.
Cuentan todavía en Molles que una noche Gervasio encontró por casualidad, en una esquina del ropero, una caja de madera y en ellas, las cartas encendidas del muchacho, apuradas, sin fecha, de tinta corrida por lágrimas, ajadas de tan cuidadosamente dobladas y desdobladas y vueltas a doblar. Atrás dela sorpresa vino la tristeza, la bronca y después la idea de que seguramente serían cartas viejas, de un novio de la adolescencia. Y esta vez lo que le entró fueron como nostalgias de los amores intensos, así que decidió respetarle a su mujer aquel secreto, y volvió a guardar la caja tal cual y sin comentarios. Pero el sacudón de los celos ya no iban a dejar así nomás la vida cotidiana como sinada.
Los días siguientes fueron tensos. Cada uno metido en sus pensamientos torturadores sin poder encontrarse, como si flotara una pregunta que nadie hacía. A la semana justita Gervasio quiso volver a leer aquellas cartas arrugadas buscando algún indicio, un nombre, una calle. Amagó irse como todos los sábados de penca y boliche, pero en realidad esperó a que su mujer se fuera al pueblo y volvió ala casa, al ropero, a la caja. Lo que encontró fue mucho peor que lo que esperaba: cartas nuevas. Así que la esperó por horas, sentado frente a la ventana, mirando sin gestos el horizonte del campo,
Cuando Francisca volvió a la casa, alcanzó una mirada para que supiera enseguida que no iba a poder ocultarle la verdad. De golpe se le vino todo lo que le había estado pesando demasiado: el miedo, el...
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