No Nacimos II Parte
UN CÍRCULO VICIOSO
Ahora es muy difícil conseguir novio, están escasos los hombres
dice una sardina,
dibujando una sonrisa, mientras arregla su pelo con rulos. El Barrio se extiende hacia
la montaña siguiendo el trazo caprichoso de una vieja carretera. Hace treinta años
nadie podría pensar que en estas pendientes pudiera construirse. Ahora todos los
rincones están habitados. Los viejos ranchos de madera y cartón se han ido
reemplazando por casas de adobe y cemento, que se agarran con fuerza a la montaña.
Las escasas calles están pavimentadas, los senderos que recorrían la pendiente han
sido transformados en largas escalas de cemento.
Estrechos caminos se pierden en recodos. Para el recién llegado, el barrio es un
laberinto indescifrable.
De todos los rincones brotan niños bulliciosos. Corretean disparando con un palo que
hace de metralleta. Imitan el tatatá de su sonido mientras sus manos son sacudidas por
la descarga de la ráfaga. Montan sus carros de madera y rodillos calle abajo... En un
rincón unas niñas juegan "mamacita". En sus ollitas preparan la comida. Alguien toca
en la puerta imaginaria, tan, tan, tan. Es Rosita, la vecina.
¿Dónde está tu marido? pregunta la recién llegada.
Se fue con otra, me abandonó responde el ama de casa. Los sardinos pasan
luciendo sus camisetas anchas de colores fosforescentes: rojas, naranjas, verdes,
amarillas; escapularios sobre el pecho y los tobillos; tennis Reebok y Nike. Las sardinas
lucen pantalones ceñidos al cuerpo, camisetas de manga sisa que dejan ver su cintura.
Van con un tontoneo insinuante, riendo tranquilas y desprevenidas.
Aunque la mayoría de los negocios, están enrejados, el ambiente de apariencia
tranquila no deja ver a los ojos del pasajero ocasional la realidad. Todo parece en
calma. En las heladerías suenan los temas de música guasca, tangos y vallenatos. En
la calle se venden fritangas. Las manos juiciosas de las madres descuelgan la ropa
seca de las terrazas y los balcones, arreglan las matas de los jardines, barren las calles
y las aceras. Todo para "que la pobreza no se confunda con el desaseo".
A las 6 de la tarde, empiezan a llegar los campeones del rebusque. Las mujeres que
hacen los oficios en la casa de algún rico, las que trabajan en fábricas de confecciones.
Los hombres que camellan en la construcción. Los de las ventas ambulantes... Suben
en uno que otro bus atestado, y en colectivos que les cobran 150 pesos. A esta misma
hora bajan las vendedoras de amores, las que trabajan en bares, y los celadores. Los
habitantes de la noche.
Rostros viejos se asoman a las ventanas. Los campesinos que fundaron el barrio,
contra viento y marea, pasan su tiempo discretos y recogidos. Según ellos, ya no se
vive la calma de antes, todo ha cambiado. Desde hace unos años la guerra ha visitado
cada uno de los rincones del barrio. Una guerra de jóvenes, casi de niños, una guerra
de bandas que ha dejado tantos muertos en estos años, que ya todos perdieron la
cuenta.
Una guerra que generó otra. La de un grupo de habitantes que se declararon
cansados de "tanto atropello" y decidieron "limpiar" su barrio de las bandas que se lo
habían tomado. Hace dos años Ron Rafael, un campesino veterano, que se ha pasado
la vida de violencia en violencia, y Ángel, un joven de 25, que tiene espíritu de Robín
Hood, iniciaron la defensa del barrio. Reunieron los vecinos, recogieron unos "fierros",
establecieron un sistema de cuotas y empezaron a accionar. En cada cuadra han
muerto tres, ...
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