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Páginas: 13 (3124 palabras) Publicado: 3 de noviembre de 2014
Entre los españoles y sudamericanos a quienes he hecho oír selecciones de música popular puertorriqueña –danzas seises, plenas, aguinaldos, marumbas y mariandás-, no ha habido uno que no señalara la plena como lo más original o lo más fuerte. Casi todos se han entusiasmado con Santa Maria o Temporal. Una de estas personas -prestigioso valor intelectual que ha pasado algún tiempo en la Isla- semaravilla de que, durante su estancia allí, ninguno de sus amigos o amigas le diera a conocer las plenas.
A mí no me maravilla. Es indudable que en Puerto Rico se goza la plena; pero no se la valoriza como es debido. Se la posterga. Salvo contadas excepciones, a nadie se le ocurre exhibirla ante extranjeros, y los que tal hacen no son nada bien mirados por muchos espíritus de apolilladaprosopopeya que llevan bombo y levita en el alma.
Ojalá me equivoque, pero, al parecer, nadie ha intentado estudiar musicalmente la plena y sacarle provecho. Y casi nada escrito sobre ella ha llegado hasta mis manos. La Doctora Cadilla, en su voluminoso libro, le dedica exactamente seis líneas, más un ejemplo en pauta. En Insularismo, obra reciente del Doctor Pedreira, apenas si se la nombra al pasar.José A. Balseiro - nuestro crítico musical y Académico Correspondiente de la Española de la Lengua- no sé yo que haya publicado nada sobre ella. Monserrate Deliz, que también entiende profesionalmente de música y quien, como María Cadilla, se interesa por lo popular, le ha dedicado algunos breves párrafos en un ensayo sobre música popular puertorriqueña.
"La plena es cosa de negros salvajes", medijo cierta vez un buen señor, indignado de que yo la defendiera. Cosa de negros salvajes. En esa creencia estriba, a mi ver, el secreto de nuestra timidez frente a la plena y ante extraños. La frase parece darle la razón a un agudo visitante norteamericano que veía en el menosprecio de la plena indicios de antagonismos raciales. No andaba descaminado el estadounidense, aunque exageraba en suapreciación del prejuicio de raza.
Echar ahora un cuarto a espadas sobre el prejuicio racial en Puerto Rico necesitaría una digresión demasiado extensa para no recabar artículo aparte. Estimo, sin embargo, imprescindible hacer algunas consideraciones respecto al asunto antes de pasar adelante.
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Creo que nuestro prejuicio racial, en la mayoría de los casos, se reduce exclusivamente a unhorror irrazonable de ser tomado por mulato. Cada cual teme infundir sospechas de que en su genealogía pueda haber alguna gota de rítmica sangre de color. Se diría que vivimos subconscientemente asustados de pasar por negros bozales, y actuamos como si creyéramos que el mejor medio posible para neutralizar ese temor es el mostrar frecuentemente mezquinas puntas y ñoños ribetes de prejuiciosraciales.
El auténtico veneno, el verdadero prejuicio racial, es agresivo, intransigente, cruel hasta llegar a lo cruento, y expresado en tono mayor. Nuestro llamado prejuicio es por lo común apologético, ruboroso y de tono menor. En la realidad efectiva de la vida boricua, el decantado prejuicio se manifiesta - a Dios gracias- paradójicamente tolerante y, en definitiva de casos concretos, parece uneco ofensivo de aberraciones forasteras.
No se explican estas pueriles manifestaciones del prejuicio sino como protesta irreflexiva de que se nos pueda considerar negros salvajes. Y esto parece ocurrir no sólo en cada caso individual, sino sobre todo, o por mal entendido patriotismo, cuando se trata del conjunto de nuestro pueblo.
Y, sin embargo, ni somos salvajes, ni somos negros tampoco; quees cosa muy aparte, también, de ser salvajes. A pesar de lo que matemáticamente pueda aseverar el censo oficial, creo que ningún observador cuidadoso negará que, entre nosotros, casi no existen negros puros. Para cerciorarse de esto basta comparar nuestros pardos más prietos con algunos cocolos barloventeños, con determinados jazz-bandistas de Norteamérica, o con los afrancesados senegaleses que...
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