Nos Desviamos Por El Cruce Hacia La Mon Hellip


Hasta entonces el camino se extendía recto, sin mayores desviaciones u ondulaciones, recorríamos la piel seca de una gigantesca serpiente que muda sus ropajes, dejando atrás los pesos excesivos y las marcas de la vida. Sobre el lomo de la titánica Trentrén viajábamos rumbo sur en nuestro corcel rojo; por sobre sus negras escamas recorríamos los valles centrales, negro camino de Oz flanqueadopor vastas extensiones vitivinícolas y maizales que, con su áureo fulgor, contrastaban con el brillo negro de la Señora de las tierras.
Éramos una mancha escarlata sobre una gruesa línea bruna, casi imperceptible entre los grandes camiones que transportaban fruta o gasolina. Pasábamos ligeros entre otros vehículos, pues la motocicleta rugía como pidiendo más potencia a la vez que corría,sobrepasando a los gigantes pausados, sobre el camino de ónice. Pasajeros dormidos junto a las ventanas de los buses, niños inquietos jugueteando en la parte trasera de los autos, camioneros cansados transportando productos congelados, conductores locales sobre camionetas oxidadas, todos quedaban atrás, no eran más que fugaces figuras que corrían a la inversa junto a nosotros.
En la distancia, sobre la pieldel hijo de Antu, el agua fantasmal se movía en ondas ascendentes, creando imágenes falsas para los fatigados y acalorados conductores. Treinta y cinco grados para un verano seco mediterráneo, me había dicho Amparo, se pronosticaba para la zona, según lo que había logrado escuchar en la radio, antes de salir de casa. Sin embargo en la moto no parecía percibirse aún la alta temperatura. Era elviento cortante de la amplia carretera el que nos refrescaba, incluso atentaba contra nuestros cuerpos, intentando derribarnos con sus dedos, cada vez que pasábamos junto a un camión.
Nos desviamos por el cruce hacia La Montaña, en el kilómetro ciento setenta de la carretera cinco sur, en la ruta jota veinticinco. Disminuida considerablemente nuestra velocidad para tomar la curva que nos conectabacon el paso sobre nivel lográbamos apreciar los adornos que circundaban el asfalto. Notoria era la presencia de plantas de procesamiento agrícola, pues los tomates en podredumbre decoraban la berma de la gran curva, producto de las malas maniobras o el cansancio de los transportistas que las acarreaban.
Alimentábanse de aquellos que aún no eran poseídos del todo por la corrupción de lapodredumbre, diversos insectos, prestos a sustentar sus larvas y reproducirse. Cazaban los bichos una gran variedad de aves, la mayoría carente de nombre para mí, pequeños duendecillos alados, se movían como jets en miniatura, dando giros y vórtices mortales para alcanzar a sus presas. Más parsimoniosos, notorios y con estridente cantar, se paseaban los queltehues, en su pausado andar zancudo, cualfrailecillo coronado, cantaban la dicha de su marcha alertando a los pasantes de su territorio. Otras aves más grandes también se alimentaban en el lugar, los peucos y otros rapaces menores, aprovechaban los fatales descuidos de otros animales que se acercaban a comer de los frutos arrojados, para satisfacer su hambre. Un ave similar al aguilucho, de plumaje pardo y ostentosa envergadura, arrancaba trozosde carne de lo que parecía haber sido un guarén, en otro tiempo, pero que ahora no era más que una tortilla de carne seca, aplastada por algún vehículo que circulaba orillado. Es impresionante, hasta hoy, recordar cómo, en un espacio tan reducido y manipulado, puede sucederse tanta vida, cómo un simple descuido de carga agrícola puede albergar tantas sucesiones en la cadena trófica. Animalesiban y morían, otros se alimentaban y vivían, cazaban, eran cazados, se reproducían o marchaban.
Amparo, siempre alerta a las sorpresas del camino disfrutaba, asombrada de la escena, quiso que paráramos a observar y deleitarnos con la vida sobre la curva. Y así lo hicimos, hasta que la elevada temperatura nos impulsó a cabalgar nuevamente para sentir el viento correr por nuestros cuerpos y...