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Ni las redes de intereses ni la geografía son tampoco esenciales para la existencia de las naciones. La nacionalidad, más que a lo económico o a lo físico, pertenece al plano del sentimiento. Ni unZollverein no es una patria ni una frontera natural la define. La nación es espíritu, es una conciencia presente que resulta del pasado. Una nación es historia y es voluntad. “Un plebiscito cotidiano”,como señala la máxima, y que procede -podría añadirse- de una pregunta sobrevenida.

Al aludir a la voluntad, una voluntad que es humana y que es individual, Renan derrumba la tiranía de losabsolutos, de las “abstracciones metafísicas y teológicas”. Las naciones no son más que el producto de la voluntad de quienes la componen y, por tanto, su ética no puede ser distinta de la ética individual.Asoma aquí el principio wilsoniano de la ética de las naciones: la razón de estado, apadrinada por los nacionalismos en la construcción de sus respectivos estados, no puede invocarse ya nunca máscomo parapeto frente a lo que puede considerarse inmoral aplicado al individuo. Frente a la irracionalidad de los principios intemporales, Renan trata de aplicar la racionalidad de las accionesconcretas, una racionalidad que, de ser justamente aplicada, puede despejar el horizonte de dificultades.

La conferencia se cierra con un deseo dirigido a la humanidad: “¡Pueda el espíritu de sabiduríaguiarte para preservarte de los innumerables peligros de que tu ruta está sembrada!” La humanidad, como nos demuestra la historia del siglo XX, siguió otros derroteros muy distintos a los del espíritu desabiduría. Las naciones siguieron funcionando y combatiendo a partir de principios constitutivos discutibles como los de raza, lengua o religión. Queda, sin embargo, una esperanza para el futuro: “Lasnaciones –dice Renan- no son algo eterno. Han comenzado, terminarán. La confederación europea, probablemente, las reemplazará.” La paz europea alcanzada y conservada en últimos cincuenta años tal...