Nose

Páginas: 23 (5731 palabras) Publicado: 7 de octubre de 2012
IV
Un lunes, como a las ocho de la noche, se detuvo frente al prostíbulo un coche de alquiler
cerrado, del cual bajó un señor correctísimo, de anteojos, canoso y de erguido porte. Yo,
que había venido por dos cuadras trepado en el fierro trasero del vehículo, me acerqué al
visitante fingiendo que atravesaba la calle.
—¿Vive aquí la señora Rosalinda Cuevas? —me preguntó desde lo alto desu majestad.
Me quedé pensativo buscando en mi mente aquel nombre que estaba seguro de no haber
oído en mi vida, temeroso de que la pro. pina se me escapara. —La Vieja Linda, oh! —me dijo el cochero, tocándome por detrás con la huasca—. Anda a
llamarla.
Corrí al cuarto de la patrona, la cual estaba emperifollándose frente al espejo.
—Ahí afuera la necesita un caballero —le informé,ahogándome
—¿Quién será?
—No lo conozco. Me preguntó por usté. Es un futre elegante. Me aparró bruscamente de la
puerta y salió arreglándose los cabellos. Yo seguía detrás, ansioso de no perder una palabra
de lo que el señor aquel dijese. La Vieja Linda inmovilizó su rolliza figura en la puerta y
contestó con una venia toscamente señorial al saludo del visitante que se quitó el sombrero.—¿Rosalinda? —inquirió el caballero, con tono de duda. La lumbre del farol revelaba una
frente lisa y alta.
—¿Don Germán? —interrogó a su vez la patrona, como si sacase a la luz un recuerdo muy
antiguo, muy borroso ya en su imaginación.
Estrecháronse la mano en silencio y volvióse a escuchar la voz del hombre:
—Deseo hablar a solas contigo.
—Pase, pase, don Germán —lo invitó la mujer,señalándole con un gesto de su mano el
interior.
Avanzó el visitante mirando las paredes con manchas, la alfombra, el piano. Mantenía, no
obstante, la cabeza erguida y sus ojos resbalaban por sobre las cosas sin detenerse en ellas,
como sí temiera parecer indiscreto.
—Vos, anda a vete —me conminó la patrona, al reparar en que yo los seguía.
Permanecí en la puerta, rabioso, lamentando que se meescapase la oportunidad de conocer
un secreto. Viendo al cochero inmóvil en el pescante, quise arrancarle a él algo que me
orientase.
—¿Quién es el futre? —le pregunté con indiferente despreocupación.
—¿Y a vos qué te importa, mocoso? —me respondió la bronca voz del hombre.
—¡Chiras que saliste prosudo! —le repliqué ofendido—. Cuando menos te van a robar tu
pasajero. Zumbó un huascazomuy cerca de mis piernas, pero yo estaba alerta y de un salto esquivé el
desagrado de mi interlocutor. Desde lejos le grité unos cuantos insultos y me alejé silbando
por la calle, bajo la noche llena de estrellas. A mis espaldas escuché los bufidos y las
amenazas del auriga:
—¡Algún día te he de pillar, pelusa, y entonces me vas a pedir perdón de rodillas!
—¡Cuando menos! —le retruqué,seguro de la rapidez de mis piernas. Y de una pedrada
hice retumbar la caja del vehículo.
Entonces, recortada contra la luz de la esquina, divisé una nueva figura que asomaba la
cabeza por la ventanilla del coche.
Pero mis indagaciones hubieron de terminar allí, pues no era prudente volver.
Al otro día, casi olvidado ya del asunto, me encaminé al prostíbulo con ánimo de ganarme
unoscentavos, pues en la casa el desayuno había consistido en una agua de té sin pan. Mi
estómago pedía imperiosamente algo más sólido. Eran las diez de la mañana y la prudencia
me aconsejaba no llegarme hasta la pieza de Rosa Hortensia que debía estar durmiendo a
esa hora. Sólo una puerta del lenocinio estaba abierta y por ella salía Menegildo con una
gran canasta a comprar las provisiones parael almuerzo.
—¿Vamos? —le supliqué, seguro de poder hurtarme algún plátano o un durazno temprano
en el mercado.
Pero el Sacristán no quería complicaciones y me respondió con un gruñido.
—¿Quieres que llamen a los pacos, lo mismo que la otra vez? ¡Ya, ya, sale de aquí!
Hice un gesto de resignación y me senté en el umbral de la puerta. Allá, lejos, sintióse la
voz de un vendedor...
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