Nosotras Que Nos Queremos Tanto Marcela Serrano
A mi madre,
la escritora Elisa Serrano.
A mi madre,
la escritora Elisa Serrano.
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Dicen que estoy enferma.
No sé muy bien por qué estoy en esta clínica. Me trajo Magda aquella noche, pensando que había intentado suicidarme. Traté de explicarle al día siguiente que no era mi intención. Magda no entiende que yo solo estaba cansada. Por eso perdí el conocimiento. Igual podría habermellevado a un hospital cualquiera. Pero no me creen. Dicen que la mezcla de tranquilizantes y alcohol puede ser letal. Y que yo lo sabía.
Estoy bien aquí. Todo es muy gris y se entona conmigo misma. Las mujeres de las otras piezas – las divisé hoy en la mañana– están peor que yo. Una lloraba, otra vomitaba. Vi brazos y piernas colgando de camas y me pregunté si no estarían muertas. Al menos laspiezas y sábanas están limpias. Por el tipo de vegetación que diviso, sospecho que estamos cerca de la cordillera, en la parte alta de la ciudad. Ni siquiera he preguntado ni me importa. Tuve una sola confrontación con la enfermera: trató de quitarme los cigarrillos. Aquella cajetilla que imploré a Magda, que virtualmente arranqué de su cartera. Eso no se lo acepté y le dije claramente que me iríade inmediato si me la confiscaba. Lo raro es que me hizo caso. Si trata con sicóticos, debe estar habituada a la agresividad. Le puse la misma voz de mando que usaba mi madre con los inquilinos y surtió efecto. No me dejarán sin fumar, es para lo único que me queda voluntad.
He pasado todo el día sola en esta pieza: oscurece y se siente la desolación. Pero me da lo mismo. Quiero tanto descansar.Sería bonito que el médico diagnosticara una cura de sueño. Se lo pediré, quizás acceda. Y podría despertar en Las Mellizas, y decir como Scarlett O’Hara: «Mañana es otro día.»
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Esa no es mi voz. Es la voz de María.
Yo me llamo Ana.
Soy la mayor. Es la razón que inventé para contar estas historias.
Arreglo la casa. Tengo el lago al frente. Pareciera estar en una isla, aunque en realidad esuna península. Pero la idea de isla me seduce. Tan solo puedo acceder al pueblo por agua. Hay un bote a remo en el pequeño muelle de la casa, pero lo uso poco. Prefiero la lancha a motor que recorre todas las casas grandes de la orilla una vez al día. La maneja Manuel, ex pescador y gran conocedor de la zona. Ser su amiga es clave. De ello depende recibir un telegrama a tiempo o comer salmón en vezde merluza. Él está tan entusiasmado como yo por la llegada de mis amigas. No sabe que además de entusiasmo, siento un poco de miedo. Han pasado tantas cosas. Ya nos hemos puesto de acuerdo. Me llevará en lancha hasta el pueblo donde tengo la camioneta y de allí manejaré al aeropuerto de Puerto Montt a recogerlas. Calculo que estaremos de vuelta a la hora de comida.
Todo está listo. Carmen, quevive a cien metros y cuida esta casa en invierno, ayudándome a mí en el verano, ha amasado el pan y hecho quesillo. Un par de gallinas ya se han asado en el horno a leña. El vino, como siempre, es abundante. Seguramente María traerá whisky desde Santiago. Aquí no se encuentra y a mí no me hace falta. El vino me acerca a la tierra y eso me gusta.La casa es toda de madera blanca, con techo dealerce. Miles de tejuelas ordenadas y grises. Hay un gran corredor y desde allí se domina la vista al lago. Las sillas de mimbre que lo amueblan son mecedoras. Las tardes meciéndose en ellas pueden ser eternas si uno fija los ojos en el agua verde.
La casa tiene dos pisos. En la planta baja hay una gran cocina y su enorme mesa de roble – rosado y cepillado– hace las veces de comedor. Al lado, la salade estar es casi innecesaria. La vida entera transcurre en la cocina. Allí está el calor cuando el lago enfría el aire al anochecer. Allí, en esa gran mesa, transcurre casi todo mi tiempo del estar adentro. Es donde como, donde pico las cebollas, donde plancho los pantalones, donde converso con la Carmen y donde ahora escribo. Los canastos cuelgan de todos lados y grandes ollones negros conviven...
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