Nosotro
Nosotros
–¡Nunca te mires en un espejo: sería una redundancia! –me dicen nuestros amigos–. Lo mirarás a Eduardo que es igual a ti, para peinarte o anudarte la corbata.
Dicen que nos parecemos como dos gotas de agua, pero conozco las diferencias que hay entre nosotros como la diferencia que hay entre mi mano izquierda y mi mano derecha, o mi ojo derecho y mi ojo izquierdo.Modestia aparte, mi cara de perfil es más perfecta que la de Eduardo, el hoyuelo de las mejillas, que tanto éxito tiene, se me acentúa más cuando nos reímos; por eso las chicas me miran tanto: sin embargo, nunca traté de enamorarme de otras mujeres que las que enamoraban a mi hermano. A veces pensé que sería conveniente independizarme un poco, lo confieso, pero no tuve valor. Soy feliz: para québuscarle tres pies al gato. Somos de una familia pudiente y distinguida. Por las mañanas tomamos un desayuno copioso que hasta el Rey de Inglaterra envidiaría. Nos dedicamos a algunos deportes: el lanzamiento de la jabalina, la natación o el golf. Por las tardes nos ocupamos de nuestra tarea habitual que nos da tanta satisfacción. Creo que no conocemos lo que es estar tristes ni deprimidos. Nosbastaría abrir el ropero y contemplar nuestros zapatos lustrosos como espejos para borrar cualquier preocupación. El ama de llaves que tenemos es un pan de Dios; ella contribuye a la felicidad de nuestra vida. (Ama de llaves, ama de leche, ama de casa. Siempre nos fascinaron esas mujeres ejemplares.) Un día nos enamoramos de ella, porque la teníamos a mano, pero pronto tuvimos una desilusión tremenda:sus dientes, que nos parecían un collar de perlas, eran postizos. Los descubrimos adentro de un vaso de agua, en su cuarto. Sus pies, con los cuales tropezábamos, tenían un dedo encimado. Sus desayunos eran natas sobre un trozo de pan y ajo picado.
–Sería mejor pensar en otra cosa –dije a Eduardo, que inmediatamente me comprendió.
¡Pobre Bernarda! Cuántas ilusiones se habrá hecho connosotros. ¡No quiero pensar en las desventuras ajenas! Para ella siempre seremos los niños mimados, los diablillos, los buenos mozos despreocupados.
Cuando nos enamoramos de Leticia pensamos que el mundo iba a cambiar. La felicidad es ambiciosa: queríamos más y más. La conocimos en el Club Náutico de San Isidro. Eduardo fue el que la conquistó con no sé qué triquiñuelas. Yo me enardecí, peroella no quería saber nada conmigo.
–¿Por qué emplea siempre el plural? –me dijo.
–¿La molesto? –le pregunté.
–Eduardo es mi novio, ¿no se da cuenta? –me contestó. Me alejé, desconsolado.
A veces me confundía con Eduardo cuando me encontraba en la calle, y me saludaba efusivamente, o en el teléfono cuando llamaba a casa para hablar con él y me decía frases amorosas queme agradaban. Cuando Eduardo se casó fingí ausentarme por unos meses a la Patagonia, lugar ideal para un misántropo.
Quedé de incógnito en un hotel de Buenos Aires, haciéndome la ilusión de viajar por Europa. Eduardo venía a visitarme por las tardes, con los bolsillos llenos de tabletas de chocolate suizo. Desde el hotel llamaba a su mujer y me daba el tubo para que yo finalizara laconversación; yo hacía esto de buena gana, pues Leticia me decía palabras encendidas con una voz no menos encendida. ¡Cuánto nos divertíamos!
En el barrio donde vivía Eduardo había como ahora frecuentes cortes de luz que se anunciaban con anterioridad en los diarios. Esta circunstancia facilitaría las cosas. Eduardo, con muchos eufemismos, me dio la idea:
–¿Por qué no pasas la noche conLeticia? Yo te relevaré antes de las siete de la mañana.
Me dio las llaves. Con el corazón en la boca acepté y fui al departamento que queda en la calle Junín. Estaba convenido que llegaría a medianoche, hora en que Eduardo tenía que regresar de una comida de hombres solos, en el Hotel Alvear. Tomé unas píldoras para los nervios y llegué al departamento después de demorarme en el ascensor...
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