nostalgia
Oí a un joven lamentarse con otro porque los mayores próximos a él iban muriendo uno tras otro. Que su confidente no lo compadeciera ni le hiciera comentario alguno, mehizo pensar que la sensación de abandono del primero se debía a su caso personal, pues para el otro la situación planteada no parecía ameritar ni siquiera un gesto de consuelo. O tal vez a este segundomuchacho no se le había muerto ningún mayor próximo a él y de ahí que no pudiera imaginar lo que sentía el atormentado, o se le habían muerto tantos, y quizá desde cuando él era todavía menor, que paraél la muerte de los mayores ya no se trataba más que de una circunstancia natural, advertir cómo iba muriendo la gente mayor a su alrededor.
Creo que no hay edad ni condición que determine quiénpadece y cuánto la muerte de sus seres queridos o quién la toma con naturalidad. Y sólo hablo de cómo alguien puede experimentar la pérdida de un ser querido, pero no la muerte de cualquier otra personaen general, natural o antinatural, pues esta reflexión merece su propio espacio.
Consideraría que a medida que uno mismo envejece la muerte de las personas cercanas a él lo afectan, sin duda, pero,aun cuando lo sorprendan, no le sorprenden.
No me explico lo que me sucede a mí, que cuando visito a personas enfermas y en sus tardíos ochentas o noventas tengo la impresión de que me entrevisto conmuertos, como si al acercarme a ellas tuviera la misión extraña de ponerlas al tanto de las novedades de un mundo que ellas ya hubieran dejado atrás. Lo cierto es que me parecería falto de tactoactualizarlas de sucesos o cambios que las hicieran lamentarse de lo que se perdieron. Si me arrebata el impulso de comunicarles algo que a mí me maraville, procuro atenuarlo o restarle importancia.Tampoco profundizo delante de ellas sobre el horror, no porque tema hacerlas agradecer que ya no lo padecen, sino porque temo que piensen que les echo en cara la herencia que nos dejaron a los que...
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