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Un pequeño espejo que Luisa Fernanda Jiménez llevaba en el bolsillo derecho de su camisa, y que milagrosamente no se perdió luego de que una ola de más de cuatro metros cubrió lalancha en la que viajaba con su familia de Cartagena a islas del Rosario, marcó la diferencia entre la vida y la muerte.
Ocurrió hace exactamente una semana. Cansados, deshidratados, con quemaduras en lacara, el cuello y los brazos, hacia el mediodía del 10 de enero pasado, nueve miembros de la familia Jiménez y el capitán de la lancha ajustaban 25 horas flotando, aferrados a sus chalecossalvavidas, en aguas de centenares de metros de profundidad que son frecuentadas por los tiburones.
Estaban enfermos y el tiempo se les agotaba. El agua salada que habían tragado les generó un fuerte malestarestomacal que vino acompañado de episodios de diarrea y vómito y, para ese momento, por la deshidratación y las náuseas, ya varios se habían desmayado.
Cuando el miedo y la desesperanza ganaban labatalla, Julio Jiménez, de 34 años, vio a lo lejos la silueta de un buque de carga. Ya habían pasado tres barcos grandes, pero nadie los había visto. No podían perder el chance.
Entonces se acordó delespejo. Abrió el bolsillo de la camisa de Luisa Fernanda, su sobrina, tomó el espejo y reflejó en él los rayos del sol, que estaba en ese momento en su punto más alto. Y apuntó hacia el buque, esperandoque alguien viera el destello.
“Treinta segundos, cuarenta segundos. No salía nadie –cuenta Julio desde el hospital Nueva Bocagrande, de Cartagena– (...). Y entonces apareció un señor con camisarosada y movió las manos. ¡Nos habían visto!”.
La esperanza de salvarse volvía, pero Julio y su esposa, Marisol Sánchez, no pensaban en otra cosa que en la suerte de Julián, su hijo de 9 años. Después delaccidente, las olas habían separado al niño y al ayudante del lanchero –un adolescente– del grupo y los llevaron en dirección totalmente contraria.
El buque de carga les devolvió las esperanzas de...