novela de pedro y juan
En ella se narra cómo las apacibles vidas de los miembros de la familia Roland se ven alteradas cuando Juan, uno de los hijos, recibe una cuantiosa herencia de Maréchal, un "viejo amigo de la familia". Su hermano Pedro, que se halla en una situación económica no muy desahogada, comienza a reflexionar sobre el por qué solamente Juan recibe laherencia, sin que ésta sea repartida entre los dos hermanos, pues Maréchal guardaba el mismo afecto hacia ambos... Y esa reflexión conducirá a Pedro hacia un descubrimiento que destrozará la aparente unidad familiar de los Roland. Aunque, eso sí, jamás se romperán las apariencias.
El caso es que al final todos los personajes principales evolucionan en mayor o menor medida. Todos menos GérômeRoland. Es también el más feliz dada su ignorancia: No sepas, no indagues, no te inmiscuyas, mantente en un saludable estado ignaro ante la vida, y te salvarás. Ni envidiado ni envidioso, ni amante ni amado, monsieur Roland camina por la vida de puntillas, sin ruido y sin levantar el polvo del camino. Una vida suave y sin sobresaltos. Un hombre anodino. Un pobre hombre, a secas.
En el capítulo VI,cuando Juan se le declara, ella le da la vuelta a la situación con tanto brío y arte, que de buenas a primeras Juan "se sintió atado, casado, con solo veinte palabras" (...). "¡Ya estaba hecho!". Lista, sí, señor... Y tal vez ella no herede la mentira, la traición de ese nombre que en un futuro cercano adoptará: Mme. Roland. Pero nada lo asegura. Casi parece posible, pero tampoco importa, porque Juanla perdonará. Él siempre perdonará, perdonó a su madre y perdonaría a su mujer.
PEDRO Y JUAN
I
—¡Basta! — exclamó de pronto el viejo Roland, que desde hacía un cuarto de hora
permanecía inmóvil, con los ojos fijos en el agua, y levantando de vez en cuando de un tirón,
con un ligero movimiento, su caña de pescar sumergida en el mar.
MadameRoland, adormilada en la popa del barco junto a madame Rosémilly, invitada a
esa partida de pesca, se despertó y volvió la cabeza hacia su marido:
—¡Bueno! ¿Qué tal te va, Jerónimo?
El buen hombre respondió gruñendo:
—Ya no pican... Desde el mediodía no he pescado nada. Deberíamos pescar los
hombres solos; las mujeres hacen que embarquemos demasiado tarde.
Sus dos hijos, Pedro y Juan, quese encontraban uno a babor y el otro a estribor, con el
sedal arrollado en el índice, se echaron a reír al mismo tiempo, y Juan dijo:
—Papá, no eres muy galante con nuestra invitada.
Monsieur Roland se excusó, confuso:
—Le ruego me perdone, madame Rosémilly; yo soy así. Invito a las damas porque me
gusta su compañía y luego, en cuanto siento el agua bajo mis pies, solamente pienso en lapesca.
Madame Roland, la cual, ya totalmente despierta, miraba con aire enternecido el ancho
horizonte de acantilados, murmuro:
—No obstante, has logrado una buena pesca.
Su marido movió la cabeza para negarlo mientras miraba complacido el cesto, donde el
pescado capturado por los tres hombres palpitaba todavía vagamente, con un suave rumor de
escamas viscosas y aletazos impotentes, con ansias derespirar en el aire mortífero.
El viejo Roland colocó su cesta entre las rodillas, la inclinó e hizo rodar hasta el borde
la masa plateada de los peces para ver los del fondo, y entonces se acentuó la palpitación, la
agonía, y del fondo repleto de la cesta subió el fuerte olor de sus cuerpos, un sano olor a
marea y algas.
El viejo pescador aspiró con fruición, igual que se aspiran las rosas,y declaró:
—¡Cáspita!, éstos son frescos.
Luego prosiguió:
—¿Cuántos has pescado tú, doctor?
Su hijo mayor, Pedro, un hombre de treinta años, de patillas negras cortadas como las
de los magistrados, bigote y mentón afeitados, respondió:
—¡Oh!, poca cosa: tres o cuatro. Se volvió el padre hacia el pequeño.
—¿Y tú, Juan?
Juan, un muchachote rubio, muy barbudo, mucho más joven que su...
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