Novela
Sociedad Internacional de Escritores
Edgar Allan Poe
EL DEMONIO DE LA PERVERSIDAD Y OTROS CUENTOS
Traducción de Julio Cortázar
El tonel de amontillado El corazón delator El demonio de la perversidad El entierro prematuro El gato negro El pozo y el péndulo La caída de la Casa Usher La carta robada
La caja oblonga
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El demonio de la perversidad y otros cuentos
Edgar Allan Poe
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ÍNDICE
EL TONEL DE AMONTILLADO………...……………………………………………………………………………4 EL CORAZÓN DELATOR…....………………………………………………………………………………………..8 EL DEMONIO DE LA PERVERSIDAD……………………………………………………………………………...11 EL ENTIERRO PREMATURO..……………………………………………………………………………………..15 EL GATO NEGRO…………………………………………………………………………...……………………….23 EL POZO Y EL PÉNDULO………………………………………………………...……………………………..….28 LA CAÍDA DE LA CASA USHER………………………………………...……………………………..………......37 LA CARTA ROBADA……………………………………….…......……………………………..……………….....47 LA CAJA OBLONGA………………………………………...……………...…………….………...…..……………57
El demonio de la perversidad y otros cuentos
Edgar Allan Poe
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El tonel de amontillado
Había yo soportado hasta donde me era posible las mil ofensas de que Fortunato me hacía objeto, pero cuando se atrevió a insultarme juré que me vengaría. Vosotros, sin embargo, que conocéis harto bien mi alma, no pensaréis que proferí amenaza alguna. Me vengaría a la larga; esto quedaba definitivamente de‐ cidido, pero, por lo mismo que era definitivo, excluía toda idea de riesgo. No sólo debía castigar, sino casti‐ gar con impunidad. No se repara un agravio cuando el castigo alcanza al reparador, y tampoco es reparado si el vengador no es capaz de mostrarse como tal a quien lo ha ofendido. Téngase en cuenta que ni mediante hechos ni palabras había yo dado motivo a Fortunato para dudar de mi buena disposición. Tal como me lo había propuesto, seguí sonriente ante él, sin que se diera cuenta de que mi sonrisa procedía, ahora, de la idea de su inmolación. Un punto débil tenía este Fortunato, aunque en otros sentidos era hombre de respetar y aun de temer. Enorgullecíase de ser un connaisseur en materia de vinos. Pocos italianos poseen la capacidad del verda‐ dero virtuoso. En su mayor parte, el entusiasmo que fingen se adapta al momento y a la oportunidad, a fin de engañar a los millonarios ingleses y austriacos. En pintura y en alhajas Fortunato era un impostor, co‐ mo todos sus compatriotas; pero en lo referente a vinos añejos procedía con sinceridad. No era yo diferen‐te de él en este sentido; experto en vendimias italianas, compraba con largueza todos los vinos que podía. Anochecía ya, una tarde en que la semana de carnaval llegaba a su locura más extrema, cuando encontré a mi amigo. Acercóseme con excesiva cordialidad, pues había estado bebiendo en demasía. Disfrazado de bufón, llevaba un ajustado traje a rayas y lucía en la cabeza el cónico gorro de cascabeles. Me sentí tan con‐tento al verle, que me pareció que no terminaría nunca de estrechar su mano. ‐Mi querido Fortunato ‐le dije‐, ¡qué suerte haberte encontrado! ¡Qué buen semblante tienes! Figúrate que acabo de recibir un barril de vino que pasa por amontillado, pero tengo mis dudas. ‐¿Cómo?,‐exclamó Fortunato‐. ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y a mitad de carnaval...! ...
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