novela

Páginas: 376 (93969 palabras) Publicado: 13 de agosto de 2014
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PRIMERA PARTE

I
Eran las once de la mañana cuando Mariano Renovales llegó al Museo del
Prado. Algunos años iban transcurridos sin que el famoso pintor entrase en él.
No le atraían los muertos: muy interesantes, muy dignos de respeto, bajo la
gloriosa mortaja de los siglos, pero el arte marchaba por nuevoscaminos y no
era allí donde él podía estudiar, a la falsa luz de las claraboyas, viendo la
realidad a través de otros temperamentos. Un pedazo de mar, una ladera de
monte, un grupo de gente desarrapada, una cabeza expresiva, le atraían más
que aquel palacio de amplias escalinatas, blancas columnas y estatuas de bronce
y alabastro, solemne panteón del arte, donde titubeaban los neófitos, en lamás
estéril de las confusiones, sin saber qué camino seguir.
El maestro Renovales detúvose unos instantes al pie de la escalinata.
Contemplaba con cierta emoción —como se contempla después de larga
ausencia los lugares de la juventud— la hondonada que da acceso al palacio, con
sus declives de césped fresco, adornados a trechos por débiles arbolillos. En lo
alto de estos desmontes, la antiguaiglesia de los Jerónimos, de gótica
mampostería, marcaba sobre el espacio azul sus torres gemelas y sus arcadas
ruinosas. El invernal ramaje del Retiro servía de fondo a la blanca masa del
Casón. Renovales pensó en los frescos de Giordano que adornaban sus techos
interiores. Después se fijó en un edificio de muros rojos y portada de piedra que
cerraba el espacio pretenciosamente, en primertérmino, al borde de la
pendiente verdosa. ¡Puá! ¡La Academia! Y el gesto despreciativo del artista
encerró en una misma repugnancia la Academia de la Lengua y las demás
Academias; la pintura, la literatura, todas las manifestaciones del pensamiento,
amojamadas y agarrotadas, con una inmortalidad de momia, en los vendajes de
la tradición, las reglas y el respeto a los precedentes.
Una ráfaga deviento helado agitó las haldas de su gabán, sus barbas
luengas y algo canosas y el ancho fieltro, bajo cuyos bordes asomaban los
mechones de una melena, escandalosa en su juventud, que había ido
disminuyéndose con prudentes recortes, conforme ascendía el maestro,
adquiriendo fama y dinero.
Renovales sintió frío en la hondonada húmeda. Era un día claro y glacial
de los que tanto abundan en elinvierno de Madrid. Lucía el sol; el cielo estaba
azul; pero de la sierra, cubierta de nieve, llegaba un viento helado que endurecía
la tierra, dándola una fragilidad de cristal. En los rincones, adonde no llegaba el
fuego solar, brillaba todavía la escarcha del amanecer como una capa de azúcar.
En las alfombras de musgo, los gorriones, enflaquecidos por las privaciones
invernales, iban yvenían con un trotecito infantil, agitando su mustio plumaje.
La escalinata del Museo recordaba al maestro su adolescencia. Aquellos
peldaños los había subido muchas veces a los dieciséis años, con el estómago
desfallecido por la ruin comida de la casa de huéspedes. ¡Cuántas mañanas
pasadas en aquel caserón, copiando a Velázquez! Estos lugares traían a su
memoria las esperanzas muertas, un cúmulode ilusiones que ahora le hacían
sonreír: recuerdos de hambre y de humillantes regateos al ganar su primer
dinero con la venta de copias. Su faz adusta de gigante, su entrecejo que
intimidaba a discípulos y admiradores, se aclararon con una sonrisa alegre.
Recordaba sus entradas en el Museo con paso tardo, su miedo a separarse del
caballete para que no reparasen en las suelas despegadas desus botas, que se
doblaban, dejando al descubierto los pies.

Pasó el vestíbulo y abrió la primera cancela de cristales. Cesaron
instantáneamente los ruidos del mundo exterior: el rodar de los carruajes por el
Prado, el campaneo de los tranvías, el sordo arrastre de las carretas, la chillería
de los grupos infantiles que correteaban por los desmontes. Abrió la segunda
cancela, y su...
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