Nueve Sobre El Blanco

NUEVE SOBRE elBLANCO

Aquella mañana de frío espejo, cuando a penas la luz permitía ver más allá de los primeros tejados, descalzo sobre la alfombra tejida del mar, me detuve un instante frente a la ventana del jardín desierto. Al acercarme al cristal, puede ver pequeños destellos fuera. El gris dueño de las primeras luces, contrastaba con la escarcha y el vaho de mi respiración dibujabalíquidas formas sobre el cristal que, como en el despertar de un sueño, se diluyen, uniéndose unas gotas a otras. Escuchando en el silencio de esas tempranas horas, se oían ya, transportadas por el viento, las primeras aladas notas de la pequeña colirroja (Phoenicurus ochruros).
Fue entonces cuando el presagio anhelo del blanco, se hizo presente. Caprichosos tras el telón fondo gris, aparecieron,empujados por un ondulante viento, unos copos de nieve. –En ocasiones, con cierto desencanto, te das cuenta que no son más que pequeños plumones blancos–. Me apresuré a comprobarlo abriendo la ventana. Un aire frío chocó contra mi cara y el viento, susurrante, tenía algo de apacible, lo que hacía pensar que quizá fuera posible que nevara. Detuve un instante mi mirada en lo alto, y pude ver como deloscuro gris, surgían cristalizadas lágrimas blancas. Como delicadas pompas de jabón, los finos copos surgían en diferentes e impredecibles direcciones. Me dije –ve a dar un paseo–.
Bajé las escaleras de dos en dos deslizando mi mano por la barandilla, con la excitación propia de tiempos pretéritos. Al abrir la puerta de la calle, noté esa sensación al salir, como cuando lo haces un día de solradiante. La calle, adormecida, casi ausente de personas, parecía desdibujada como en un sueño. Un velo de luz tenue, tocaba delicadamente ese momento. Al mirar hacia arriba, el gris parecía más cerca y los claroscuros del cielo se asemejaban a los de Turner.
Caminé despacio, sin rumbo fijo hasta un cruce de calles. Me detuve un instante. Al proseguir mi camino, vi mis huellas estampadas sobreuna fina alfombra blanca. Mis botas de trabajo se marcaban dejando al descubierto el negro contraste del suelo. Había algunas figuras a lo lejos que se cruzaban entre las calles. Era curioso como ese día parecían no haber furgones de reparto estacionados. Algunas luces en el interior de las tiendas hacían pensar; en esas personas que trabajan siempre antes de que los comercios abran al público.Te hace pensar lo duro que debe ser, la rutina de empezar antes el día que nadie, cuando la ciudad duerme. Mercados repletos de actividad diaria de frenético despertar. A pesar de ello, el silencio parecía estar en todas las partes.
Al cabo de unos minutos de caminar, doblé una esquina y súbito, me topé con cartero en bicicleta. Cosa esta que me causó extrañeza, como cierta alegría. Ver esaimagen de nuevo, casi olvidada, ahí, sobre su bicicleta con guardabarros, su pequeño letrero de colores vivos, en el que se distinguía a distancia: C O R R E O S. Como si se percatara él de la complicidad de ese encuentro, hizo sonar al pasar a mi lado, un armónico timbrazo. Al que respondí volviéndome con una sonrisa y un saludo al levantar mi mano. Se iba alejando su figura, mientras describía congracia un pedaleo ondulante. Así se formaron tras del cartero unas finas líneas negras sobre la nieve, que se entrelazaban, como lo hacen las ondas musicales. Reconozco tener cierta simpatía por los carteros, señores o señoras, desde siempre, pero desde luego, ésta, quedó potenciada en grado, al ver esa obra del magistral Jacques Tati, Jour de fête,
Seguí caminando por esa calle en la queparecía haber, olvidado cuánto tiempo haría que pasaba por allí. Los árboles estaban más grandes de como les recordaba. Quizá esa vestimenta verde de otro tiempo, les hiciera más próximos, más cercanos y por ello me parecieran más pequeños. Esas incontables ramas desnudas de oscuro tacto, alargándose hasta el gris, que como raíces quisieran vertebrarse unidas hasta alcanzar el cielo. Árboles de...