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No vengo ahora a haceros reír; son cosas de fisonomía seria y grave, tristes, elevadas y patéticas, llenas de pompa y de dolor; escenas nobles, propias parainducir los ojos al llanto, lo que hoy os ofrecemos. Los inclinados a la piedad pueden aquí, si a bien lo tienen, dejar caer una lágrima: el tema es digno de ello. Aquellos quedan su dinero sin la esperanza de ver algo que puedan creer, hallarán, no obstante, la verdad. Los que vienen solamente a presenciar una pantomima o dos, y convenir en seguidaen que la obra es pasable, si quieren permanecer tranquilos y benevolentes, les prometo que tendrán un rico espectáculo ante sus ojos en el transcurso de dos breves horas.Sólo aquellos que vienen a escuchar una pieza alegre y licenciosa, un fragor de broqueles, o a ver un bufón de larga vestidura abigarrada, con ribetes amarillos, quedarándefraudados; pues sabed, amables oyentes, que mezclar nuestra-verdad auténtica con tales espectáculos de bufonería y de combate, además de que sería rebajar nuestro propio juicio y laintención que llevamos de no representar ahora sino lo que reputamos verdadero, nos haría perder para siempre la simpatía de todo hombre culto. Así, pues, en nombre de labenevolencia, y puesto que se os conoce como los primeros , y más felices espectadores de la ciudad, sed tan serios como deseamos; imaginad que veis los personajes mismos denuestra noble historia tales como fueron en vida; imaginad que los contempláis poderosos y acompañados del gentío enorme y de la solicitud de millares de amigos; luego consideradcómo en un instante a esta grandeza se junta de repente el infortunio. Y si entonces conserváis vuestra alegría, diré que un hombre puede llorar el día de sus bodas.
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