obra de arte
WALTER BENJAMIN
Traducción de Jesús Aguirre
Taurus, Madrid 1982
En nuestros libros de cuentos está la fábula del anciano que en su
lecho de muerte hace saber a sus hijos que en su viña hay un tesoro
escondido. Sólo tienen que cavar. Cavaron, pero ni rastro del tesoro.
Sin embargo cuando llega el otoño, la viña aporta como ninguna otra
en toda la región.Entonces se dan cuenta de que el padre les legó
una experiencia: la bendición no está en el oro, sino en la laboriosidad.
Mientras crecíamos nos predicaban experiencias parejas en son de
amenaza o para sosegarnos: «Este jovencito quiere intervenir. Ya irás
aprendiendo». Sabíamos muy bien lo que era experiencia: los
mayores se la habían pasado siempre a los más jóvenes. En términos
breves, conla autoridad de la edad, en proverbios; prolijamente, con
locuacidad, en historias; a veces como una narración de países
extraños, junto a la chimenea, ante hijos y nietos. ¿Pero dónde ha
quedado todo eso? ¿Quién encuentra hoy gentes capaces de narrar
como es debido? ¿Acaso dicen hoy los moribundos palabras
perdurables que se transmiten como un anillo de generación a
generación? ¿A quién lesirve hoy de ayuda un proverbio? ¿Quién
intentará habérselas con la juventud apoyándose en la experiencia?
La cosa está clara: la cotización de la experiencia ha bajado y
precisamente en una generación que de 1914 a 1918 ha tenido una.
de las experiencias más atroces de la historia universal. Lo cual no es
quizás tan raro como parece. Entonces se pudo constatar que las
gentes volvían mudasdel campo de batalla. No enriquecidas, sino
más pobres en cuanto a experiencia comunicable. Y lo que diez años
después se derramó en la avalancha de libros sobre la guerra era todo
menos experiencia que mana de boca a oído. No, raro no era. Porque
jamás ha habido experiencias, tan desmentidas como las estratégicas
por la guerra de trincheras, las económicas por la inflación, las
corporalespor el hambre, las morales por el tirano. Una generación
que había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró
indefensa en un paisaje en el que todo menos las nubes había
cambiado, y en cuyo centro, en un campo de fuerzas de explosiones y
corrientes destructoras estaba el mínimo, quebradizo cuerpo humano.
Una pobreza del todo nueva ha caído sobre el hombre al tiempo queese enorme desarrollo de la técnica. Y el reverso de esa pobreza es la
sofocante riqueza de ideas que se dio entre la gente ?o mas bien que
se les vino encima? al reanimarse la astrolog?a y la sabidur?a yoga, la
Christian Science y la quiromancia, el vegetarianismo y la gnosis, la
escolástica y el espiritismo. Porque además no es un reanimarse
auténtico, sino una galvanización lo que tuvolugar. Se impone pensar
en los magníficos cuadros de Ensor en los que los duendes llenan las
calles de las grandes ciudades: horteras disfrazados de carnaval,
máscaras desfiguradas, empolvadas de harina, con coronas de oropel
sobre las frentes, deambulan imprevisibles a lo largo de las
callejuelas. Quizás esos cuadros sean sobre todo una copia del
renacimiento caótico y horripilante en el quetantos ponen sus
esperanzas. Pero desde luego está clarísimo: la pobreza de nuestra
experiencia no es sino una parte de la gran pobreza que ha cobrado
rostro de nuevo y tan exacto y perfilado como el de los mendigos en la
Edad Media. ¿Para qué valen los bienes de la educación si no nos
une a ellos la experiencia? Y adónde conduce simularla o solaparla es
algo que la espantosa malla híbrida deestilos y cosmovisiones en el
siglo pasado nos ha mostrado con tanta claridad que debemos tener
por honroso confesar nuestra pobreza. Sí, confesémoslo: la pobreza
de nuestra experiencia no es sólo pobre en experiencias privadas,
sino en las de la humanidad en general. Se trata de una especie de
nueva barbarie.
¿Barbarie? Así es de hecho. Lo decimos para introducir un concepto
nuevo,...
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