obra

Páginas: 6 (1335 palabras) Publicado: 3 de febrero de 2015
El Trondheim, de bandera panameña, aunque en verdad era un barco noruego, entró en La Guaira ese día a las tres de la mañana; a las ocho de la noche había cuatro hombres de la tripulación perdidamente borrachos en los cafetines del puerto.En uno de los botiquines (bares), echada sobre una pequeña mesa, había una joven de negro pelo, nariz fina.Hans Sandhurst, segundo oficial del Trondheim, contó tres hombres de su barco bebiendo en ese botiquín, y él sabía que no tardaría en haber escándalo; y era a él a quien le tocaría después pagar por todo, entenderse con el capitán del puerto y a quién sabe cuántas gente más para obtener órdenes de libertad, Hans preferiría, pues, no fijarse en la muchacha.Desde la ventana a la cual estaba sentado podía volver la vista hacia el puerto y ver allá abajo su barco, a la luz de la luna, casi perdido entre muchos más. Desde el mar, la ciudad se ve como un hacinamiento de pequeñas casas blancas una sobre la otra. Hans, que desde sus cuarenta años había pasado casi diez, viviendo en Cartagena, Panamá y Jamaica, amaba ese mar, tan inestable.Después alzó su vaso y lo halló vacío; se volvió para pedir más, y ya no estaban allí los tripulantes del Trondheim, los buscó moviendo la cabeza en todas direcciones. Entonces fue cuando la muchacha le sonrió. A las once no había mesas vacías en el botiquín; voces, gritos, chocar de cristales y bandejas, era la imagen nocturna de un puerto en el Caribe. Lamuchacha de las bellas piernas no las oía, parecía colgar sólo de las palabras de Hans Sandhurst.




















Había aceptado bailar algunas piezas, y era casi tan alta como Hans, de hombros bien hechos, de pecho alto, cintura fina; vestía un traje vaporoso anaranjado. Ella dejaba descansar su cabeza en él mientras duraba el baile. A Hans Sandhurst, a esa hora, ya se lehabía acabado su sexto ron y prefería no beber más. Dijo ser tarde ya, quería irse, pues le esperaba mucho trabajo al día siguiente.















La muchacha sujetó al oficial, y puso frente a él un rostro desolado, como si de ella escapara la vida. Le habló, no con aquella voz tierna, esa voz se había trocado dura sin ser aguda. Le dijo no, que no se fuera. Hans no agregópalabra, sustituyó, pues, su anunciada ausencia con una petición de ron; hizo señas al sirviente. La muchacha le musitaba las gracias al oficial.




















Tomó amorosamente un brazo del hombre y recostó en él su cabeza. Así iban los acontecimientos; el sirviente retornó, traía un ron y un vaso de agua, dijo con sonrisa melosa no haber más mesas vacías, que allíestán dos señores que necesitan sentarse aquí, le preguntó si podría dejarlos sentarse en esta misma mesa. ¿Por qué no? Era natural que en esos países del Caribe los desconocidos se trataran con naturalidad. – Muy bien – dijo Hans–, que vengan.
Eran dos hombres, cerca de cincuenta años, el mayor, y de acaso veinticinco el más joven. Saludaron con notable cortesía y tomaron asiento. Hans, deinmediato comprendió, que el mayor había bebido en exceso. El joven, desprendía una visible ansiedad, quizá una honda preocupación.















El mayor preguntó a Hans: – ¿americano?
– No, noruego, aunque casi tan latino como ustedes.
Seguía el bullicio, se alzaban voces, y resonaba la música en el pequeño salón, los tres hombres hablaban cortésmente entre...
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