obra
Había aceptado bailar algunas piezas, y era casi tan alta como Hans, de hombros bien hechos, de pecho alto, cintura fina; vestía un traje vaporoso anaranjado. Ella dejaba descansar su cabeza en él mientras duraba el baile. A Hans Sandhurst, a esa hora, ya se lehabía acabado su sexto ron y prefería no beber más. Dijo ser tarde ya, quería irse, pues le esperaba mucho trabajo al día siguiente.
La muchacha sujetó al oficial, y puso frente a él un rostro desolado, como si de ella escapara la vida. Le habló, no con aquella voz tierna, esa voz se había trocado dura sin ser aguda. Le dijo no, que no se fuera. Hans no agregópalabra, sustituyó, pues, su anunciada ausencia con una petición de ron; hizo señas al sirviente. La muchacha le musitaba las gracias al oficial.
Tomó amorosamente un brazo del hombre y recostó en él su cabeza. Así iban los acontecimientos; el sirviente retornó, traía un ron y un vaso de agua, dijo con sonrisa melosa no haber más mesas vacías, que allíestán dos señores que necesitan sentarse aquí, le preguntó si podría dejarlos sentarse en esta misma mesa. ¿Por qué no? Era natural que en esos países del Caribe los desconocidos se trataran con naturalidad. – Muy bien – dijo Hans–, que vengan.
Eran dos hombres, cerca de cincuenta años, el mayor, y de acaso veinticinco el más joven. Saludaron con notable cortesía y tomaron asiento. Hans, deinmediato comprendió, que el mayor había bebido en exceso. El joven, desprendía una visible ansiedad, quizá una honda preocupación.
El mayor preguntó a Hans: – ¿americano?
– No, noruego, aunque casi tan latino como ustedes.
Seguía el bullicio, se alzaban voces, y resonaba la música en el pequeño salón, los tres hombres hablaban cortésmente entre...
Regístrate para leer el documento completo.