pensando que le resultaría más fácil el descenso que la subida. Era en vano. El cansancio delcuerpo y las emociones soportadas, habían agotado su vigor físico. Al iniciar la bajada, resbaló por el cable y apenas pudo sujetarse con las dos manos crispadas en la masa de acero que constituíasu única salvación. Otroresbalón y otra milagrosa crispazón de manos. Allá quedó un rato, jadeante.Un sudor frío le cubría todo el cuerpo, su corazón le golpeaba el pecho fuertemente sintió que lassienes le latían sin compás y con furia. Segundo a segundo su miedo iba aumentando hastaconvertirse en terror. Después, casi inconscientemente, hizo un nuevo intento de descender,sobreviniendo el resbalón final, el vacío, el cerebroembotado o quizá demasiado lúcido y un gritohorrible hiriendo la noche y retumbando entre las montañas.El cuerpo de Julián Chuquimia, fue cayendo en el abismo, chocando varias veces en la roca y dandosaltos enormes, hasta caer en el río destrozado en mil pedazos.CAPITULO IIPor el pedregoso cauce del río de Tapacarí, convertido en camino, caminaba una mujer de ropasraídas. Caminaba con fatiga bajo elpeso de un grande bulto cargado en la espalda y de su abultadovientre que declaraba un avanzado embarazo. Donata Ari, la "Ulincha" con el sufrimientoque leperforaba el alma y el cuerpo rendido por dos días de marcha a través de cuestas y desfiladeros quehubo de cruzar desde la mina "Maravilla",Caminaba distraída cuando sintió un dolor que la hizo estremecerse de angustia. Trató detranquilizarsepensando que, de acuerdo a sus cálculos, todavía faltaban de quince a veinte díaspara su desembarazo.No pasaron diez minutos cuando un nuevo dolor mas insinuante que el primero, acabó deconvencerla que eran los dolores del parto los que sentía.Prosiguió mientras pudo; pero más tarde, cuando los dolores venian con mayor frecuencia,haciéndose mas intensos tuvo que resignarse ante lo inevitable.A laorilla del río, buscó un lugar ideal a la sombra de unos árboles. Del atado que llevaba extrajounos cueros de oveja, los tendió en el suelo a fin de que le sirvieran de lecho; trajo agua del río.Entre tanto los dolores se tornaron más continuos y cada vez más fuertes. Con la fuerza propio desu raza, la mujer resistió valientemente el sufrimiento.En medio de los dolores la inteligencia de la mujerse mantenía lucida. Planeaba lo que haríadespués de que el niño naciera: primero, amarrar muy fuertemente el cordón umbilical y luegocortarlo; después bañar al niño y arroparlo bien. ¿Y si moría ¿Que sería del pobre niño abandonadoen soledad?. !Era necesario y urgente vivir! Aquel niño, que en sus entrañas forzaba por salir a lavida la obligaba a vivir.No lanzaba un grito; pero tenía maltratadoslos labios de tanto morderlos. Por fin, el único gemidoque dejó escapar su garganta, fue el preludio del llanto de un niño. Ese llanto infantil que trae a lamujer la doble alegría de anunciar el final de sus sufrimientos y de hacerla sentirse madre.Al día siguiente Donata Ari, siguió su camino, llevando en los brazos a su hijo. No hacia muchosaños que había partido de estos lugares, siguiendo aJulián Chuquimia sin el menor pesar deabandonar a su madre viuda y a su hermano.Después de otra larga caminata llego hasta la casa. Ahí estaba Sebastiana, la madre, atizando elfuego. -!Mamay! La madre, examinó a la recién llegada. -Habías regresado –dijo-Descansa. Pareces cansada. Al reparar en el niño que cargaba Donata, lo tomó en sus brazos yempezó a mecerlo amorosamente. Después preguntó:-¿Y elJulián?... ¿Te ha dejado?...-No mamay- contestó la muchacha -Se ha muerto. Y entre lágrimas y sollozos contenidos, relatótoda la historia desde que salió del hogar hasta el trágico accidente de Julián Chuquimia en la mina"Maravilla".-¿Y el Severo, mamay? Ha ido a la ciudad llevando carga de la hacienda..En ese momento se oyó un llanto de criatura en el interior de la choza. Sebastiana se levantó...
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