Ojos

La primera vez que le dijimos a una chica para ir a un hotel, se echó a llorar. Y no de emoción, precisamente. Era de noche. 19 años vs los 17 de ella. Estábamos, sentados en un banco al lado de unparque, evaluando alternativas sobre dónde prolongar los ruidosos festejos por los diez meses de la joven relación. Fue ahí que, tomando disimulado valor, le hicimos la propuesta con la gélidanaturalidad de quien pregunta la hora.

- "¿Y si nos vamos a un hotel?", preguntamos

Tras la genial pregunta hubo una pausa de siete u ocho segundos. Luego, ella rompió el silencio con un fino llanto dehonda decepción, un sutil moqueo y una corta pero muy corrosiva cadena de insultos.

- "¿Qué te crees que soy ah? ¿Una puta? Idiota ahí. Llévame a mi casa ahorita", exclamo, con la voz entretemblorosa y renegona.

Asustados por haber propiciado lo que a todas luces resultaba ser un ataque ofensivo a la conservadora autoestima de la señorita enamorada, nos levantamos y al paso de caminar, porno decir correr, nos fuimos con dirección a su casa. Comenzamos a pedirle disculpas en cinco idiomas. Ella, desde luego, rebatió todos los estúpidos argumentos, reprochando el supuesto maltratoemocional al que la había expuesto. Era duro de aceptar, pero no cabía duda: la habíamos cagado todititita.

A pesar de su tajante e indignada posición, su parecer cambiaría con el tiempo hastatorcerse por completo. Fueron dos meses los que nos tomó convencerla de que un hotel no era, pues, el oscuro templo de lujuria y perdición que su virginal cerebro adolescente despreciaba, sino un lugarabsolutamente sano adonde parejas de todas las edades y lugares acudían para refugiarse y celebrar el amor.

Contamos esa anécdota del pasado a manera de introducción a esta lectura, que pretende ser untributo personal, un pequeño reconocimiento, un breve pero significativo homenaje a las tantas veces censurada institución del hotel. Y cuando decimos hotel en realidad queremos decir telo, ese...