operadores

El estanque.
En la periferia de una ciudad en decadencia, un estanque, de agua oscura y mansa, llenaba de un terror sordo a los que transitaban por su lado. Tenía algo oscuro, a parte de su agua infestada de moscas y basura en descomposición, pero nunca se supo con certeza qué era. Era algo espiritual y espeluznante.
Había evidencias directas de algunos extraños acontecimientos allí. Más biende sólo uno —y yo lo presencié—. Éramos tres amigos. Éramos. Íbamos al colegio a recordar tiempos pasados, algunos buenos, otros malos; era nuestro pasatiempo favorito. Bryan Ockham, era el más sereno entre los tres —siempre he admirado su serenidad total; tan pacífico, y hasta donde sé, de mente tan tranquila que nunca pudieron hacer cambiar su rostro ni hacerlo enfadar, por más grave que fueseel agravio hacia él—. Níckolas Tankperie, un hombre esperanzador, vivaz y con una sed aventurera que pocos compartían. Llegamos a un punto en el que esas cualidades se nos empezaron a contagiar y a arraigarse en nosotros, y emprendíamos viajes aterradores, que con el tiempo aprendimos a disfrutar —nunca como él lo hizo desde el principio—. Nunca me ha gustado hablar de mí, pero lo haré por mera ycasi obligada cortesía. Soy Mathew Karson, el ser maldito que presenció aquél hecho atroz y que sigue vivo para contarlo y recordarlo, hasta que su turbia cordura se lo permita. Dicen que estoy loco, pero sé controlarme tan bien, que tengo la certeza de no estarlo. «No, no lo estoy. No estoy loco» —pienso reiteradamente, desde la mecedora que heredé de mi abuelo paterno—. Quisiera hablar ahorasobre la mecedora y su historia, pero lo dejaré para más adelante.
Como decía, íbamos al colegio con la mera intención de traer recuerdos a nuestra cabeza. Aquel día no fue la excepción —íbamos cada ocho días—. Ya eran las cuatro, y el sol era opacado por algunos nubarrones que iban creciendo al ritmo de los segundos. Todo esto le daba aspecto de pesadilla a esa tarde, y no terminó siendo otra cosa.Partíamos desde el colegio a cualquier otra parte. Nunca sabíamos qué hacer luego de salir de allí, ese día nos encaminamos, guiados por Níckolas, hacia un extraño y angosto camino, rodeado de arbustos y uno que otro árbol gigante que se imponían ante todo —gigante es un decir. No eran de más de treinta metros de alto, pero sin duda no eran más bajos que un edificio de cinco pisos—. Cuando nosenteramos de aquel camino, incluso yo, que solía ser el más cobarde —solía serlo, ahora mis sentimientos y sensaciones están tan pisoteadas que no tengo cabeza ni nervios tan sensibles como para que cosas semejantes hagan su efecto—, me sentí maravillado; no sólo era maravilloso por las sensaciones que se despertaban, sino que del otro lado había un lugar nuevo e inexplorado, y sentí que el espíritude aventura, que era característico de mi amigo, hacía parte de mí también. No sé qué se le pasaba por la cabeza a Bryan, poco hablaba, y ese día nunca lo hizo. Nunca supe lo que sintió ese día.
Cuando cruzamos el camino por completo llegamos a un pequeño pueblo, era un pueblo poco convencional. Comúnmente un pueblo es alegre y se mantiene, durante todo el año, con un ambiente festivo y sushabitantes, parece, se conocen todos entre sí. Éste era todo lo contrario; «este pueblo es deprimente» —comentó de pronto, y rompiendo el silencio, Níckolas, poniendo un rostro de estupefacción extrema—. Fueron evidentes, por su rostro, sus sentimientos. Bastaba escrutar su mirada por un instante para darse cuenta de que algo no sólo llamaba su atención, sino que lo oprimía mortalmente. Mi pregunta nose hizo esperar. Le pregunté qué era lo que le causaba tanto impacto, pero no me respondió, no con palabras, hasta después de una hora de quedarse absorto frente a un fétido estanque dos cuadras más adelante.
Nos dijo que ya lo había visto antes, que ese estanque, fuera de lo apestoso y agobiante, era fuente de desdichas para el que cayera en su maldición. «He caído» —dijo entre dientes y con...