Opiniones de un payaso.

Páginas: 5 (1081 palabras) Publicado: 31 de marzo de 2014
Oscurecía ya cuando llegué a Bonn, y me forcé esta vez a noponer en marcha el piloto

automático que en cinco años de viajar seha formado en mi interior: bajar las escaleras del

andén, subir las escaleras del andén, dejar maleta, sacar billete del bolsillo del abrigo, recoger

maleta, entregar billete, al puesto de periódicos,comprar periódicos de la tarde, salir a la calle,

llamar untaxi. Durante cinco años partí yo casi todos los días de algún punto y llegué a

cualquier otro punto, por la mañana subía y bajaba las escaleras de la estación, por la tarde

bajaba y subía la escaleras de la estación, tomaba taxis, buscaba dinero en el bolsillo demi

chaqueta para pagar al conductor, compré periódicos en el quiosco, y en algún rincón de mi

conciencia disfruté la incuriaminuciosamente estudiada de este piloto automático. Desde que

Marie me ha abandonado para casarse con este católico, Züpner, el funcionamiento se ha

hecho todavía más automático, sin perder su incuria. Para el trayecto de la estación al hotel,

del hotel a la estación, hay una unidad de medida: el taxímetro. Y así dista dos marcos, tres

marcos, cuatro marcos cincuenta de la estación.Desde que Marie se ha ido, he perdido el ritmo

alguna que otra vez, he tomado el hotel por estación, nervioso ante la conserjería he

buscadomi billete o a la entrada del andén he preguntado al empleado elnúmero de mi

habitación, algo, llámesele casualidad, o lo que sea,me hizo recordar mi profesión y mi

situación. Soy un payaso, de profesión designada oficialmente como "Cómico", noafiliado

aninguna Iglesia, de veintisiete años de edad, y uno de mis númerosse titula: la partida y la

llegada, una larga (casi demasiado) pantomima, en la cual el espectador acaba confundiendo la

llegadacon la partida; puesto que frecuentemente vuelvo a ensayar dichonúmero en el

tren (consta de más de seiscientos mutis, cuyacoreografía debo naturalmente tener presente),,

es evidenteque devez en cuando cedo a mi propia fantasía: entro precipitadamente enun

hotel, busco con la vista el cuadro de salidas de trenes, lodescubro al fin, subo o bajo corriendo

las escaleras, para no perder mi tren, en tanto que no necesito más que subir a mi habitación y

ensayar mi número. Afortunadamente me conocen en la mayoría de¡os
hoteles; en el intervalo de cinco años se alcanza unritmo conescasas
posibilidades de variación, que de ordinario se puede tomar por una cierta
armonía interior — y que además preocupa a mirepresentante, quien conoce
mi manera de ser. Lo que él llama "lasensibilidad del alma de artista", es
enteramente respetado, y tan pronto como entro en mi habitación me envuelve
un "hálito de bienestar": flores en un lindo jarrón, y apenas he tirado elabrigo
ydejado caer con estrépito mis zapatos (odio los zapatos) en unrincón, una
bonita camarera me trae café y coñac, me prepara el baño, que por adición de
ciertos ingredientes de color verde se pone perfumado y tonificante. En la
bañera leo periódicos, los frívolosnada más, hasta un total de seis, pero tres
como mínimo, y entono amedia voz cantos exclusivamente litúrgicos: corales,himnos,secuencias, que aún recuerdo de la escuela. Mis padres,
protestantesacérrimos, siguieron las corrientes de tolerancia religiosa
queimperaban en la postguerra y me enviaron a un colegio católico. Enlo que
a mí respecta, no soy religioso, ni siquiera clerical, y me sirvode textos y
melodías litúrgicos por motivos terapéuticos: me ayudande modo inmejorable a
aliviarme las dos dolencias con quemeagobia la Naturaleza: melancolía y
jaqueca. Desde que Marie hadesertado con el católico (si bien Marie es ella
misma católica, me parece justo llamarle a él así), ambas dolencias se
me agudizan, eincluso el
Tantum ergo
o la letanía lauritánica, hasta entonces misfavoritas para atajar el dolor, apenas
me sirven ya. Existe unremedio de efectos pasajeros: el alcohol; había una
medicina eficazy...
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