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La Ilíada
Homero
Colección
Biblioteca Clásica
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Dirección General: Marcelo Perazolo
Dirección de Contenidos: Ivana Basset
Diseño de cubierta: Daniela Ferrán
Diagramación de interiores: Vanesa L. Rivera
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Primera edición en español en versión digital
© LibrosEnRed, 2010
Una marca registrada de Amertown International S.A.
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Canto I
6
Canto II
19
Canto III
36
Canto IV
46
Canto V
57
Canto VI
75
Canto VII
86
Canto VIII
96
Canto IX
108
Canto X
121
Canto XI
133
Canto XII
150
Canto XIII
160
Canto XIV
177
Canto XV
188
Canto XVI
203
Canto XVII
221
Canto XVIII
237
Canto XIX250
Canto XX
259
Canto XXI
270
Canto XXII
283
Canto XXIII
294
Canto XXIV
313
Acerca del autor
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Editorial LibrosEnRed
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Canto I: Apolo envía peste. La cólera de Aquiles
Canta, oh, diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de
héroes, aquienes hizo presa de perros y pasto de aves —se cumplía la
voluntad de Zeus— desde que se separaron disputando el Atrida, rey de
hombres, y el divino Aquiles.
¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El
hijo de Zeus y de Leto. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste y los hombres perecían por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote
Crises.Este, deseando redimir a su hija, habíase presentado en las veleras
naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas del flechador Apolo que
pendían de áureo cetro, en la mano; y a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba:
—¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dioses, que poseen
olímpicos palacios, os permitan destruir la ciudadde Príamo y regresar felizmente a la patria. Poned en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, al flechador Apolo.
Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetase al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate: mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el
acuerdo, le mandó enhoramala con amenazador lenguaje:
—Que yo no te encuentre, anciano, cerca de las cóncavasnaves, ya porque
demores tu partida, ya porque vuelvas luego; pues quizás no te valgan el
cetro y las ínfulas del dios. A aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la
vejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria, trabajando en el telar y compartiendo mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte sano y
salvo.
Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Sindesplegar los
labios, fuese por la orilla del estruendoso mar, y en tanto se alejaba, dirigía
muchos ruegos al soberano Apolo, hijo de Leto, la de hermosa cabellera:
—¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, e
imperas en Ténedos poderosamente! ¡Oh Esmintio! Si alguna vez adorné tu
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La Ilíada
gracioso templo o quemé en tu honor pingües muslos detoros o de cabras,
cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas!
Tal fue su plegaria. La oyó Febo Apolo, e irritado en su corazón, descendió
de las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros;
las saetas resonaron sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a
moverse. Iba parecido a la noche. Sentose lejos de las naves, tiró una flecha,...
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