OVEJ N
Y en las bocacalles, sobre el camino real, se aglomeraban grupos de curiosos que alarmados repetían:
-¡Ovejón! ¡Ovejón! ...
Sin embargo, en la carretera no se distinguía nada, sino el sol aragüeño dorando la polvareda.
Nadie habíalo visto, pero la gente armada que en su seguimiento venía desde Zuata, atropellando el sendero, así lo aseguraba. Ellos dieron la voz de alarma. Tal huéspedno era para dormir con las puertas de par en par, según la vieja costumbre de los vecinos, quién sabe si obligados por el cultivo que constituía una de las fuentes de su prosperidad: el ajo, el ajo que por cuentas de ristra, como blancas y nudosas crinejas colgaban en todas las ahumadas vigas de las cocinas, en las madrinas de los corredores, en las salas y aun en la misma sacristía de la viejaiglesia, por los grandes días de la cosecha, en aquel risueño poblado, el más alto orgullo de la feraz comarca.
Ovejón, como de costumbre, había desaparecido a la vista de sus perseguidores, en el momento trágico, cuando bien apuntado lo tenían y con solo tirar del gatillo de las carabinas, hubiese rodado hecho un manare el ancho pecho. Pero el bandido extendió ante ellos como una niebla cegadora yescapó. Ovejón. Ovejón sabía muchas oraciones.
Los grupos de curiosos desperdigábanse, volvían a sus casas comentando lo ocurrido: aquello era lo de siempre, carreras y sustos, y Ovejón haciendo de las suyas. A aquellas horas, cuán lejos estaría de los alrededores...
Con una suave tonalidad de violetas, en el vasto cielo iniciábase el crepúsculo, un crepúsculo de seda. En las colinas desnudas dealtos montes tendíase un verde como nuevo y lozano, un verde de primavera, y en las crestas montañosas, un oscuro verde intenso, como el perenne de los matapalos laureles. Casi blanca, cual una flor de urape, la estrella de los luengos atardeceres, en el Poniente, en apariencia fija y silenciosa, prestaba al ambiente una dulcedumbre pastoril. Todo en la campiña era grave y apacible: sobre la altaflecha de la iglesia se espolvoreaba una rubia mancha de luz. En el paso del río, en medio de los cañamargales, el agua se deslizaba, clara, limpia, con un grato rumoreo, y en medio de las cañas y malezas brillaban destellos de sol azulosos y anaranjados.
Un mendigo, sucio y roto, abofallado el rostro, los labios gruesos y la piel cetrina, llena de nudos y pústulas, penosamente arrastraba un piedescomunal, hinchado, deforme, donde los dedos erectos semejaban cueros bajo una piel agrietada y escamosa. Un destello de sol violáceo y fulgente envolvía al mendigo, quien hacía por esguazar el río saltando sobre chatas piedras verdosas y lucientes por la babosidad del limo. A lo lejos un manchón de boras, cual una diminuta isla anclada en medio de la corriente, se mecía, y el nenúfar de losríos criollos comenzaba a entreabrir sus anchos cálices sobre las aguas tibias. De cuando en cuando, desde una caña cimbreante, el martín pescador se dejaba caer como una flor de oro al agua y alzaba de nuevo revoloteando, entre sus gritos secos.
El mendigo se apoyaba en una vara alta y su burda alforja limosnera le colgaba a un lado, escuálida, sin que en ella siquiera se dibujara el disco abultado yduro de una arena aragüeña, dorada al rescoldo.
Avanzaba el mendigo y la luz fuerte y violácea hería sus ojos opacos, en tanto que tanteaba con la vara la firmeza de los pedruscos y alargaba con precaución su pie deforme. La babasa era traidora y la luz cegaba, y el mendigo cayó de bruces contra las piedras y la estacada, que cual una triple hilera de dientes enjuncados, resguardaba de losembates de las crecientes a aquellas pródigas tierras de labrantío, famosas ya, antes que el sabio germano las apellidara jardín.
A los ayes lastimeros del mendigo, surgió un hombre apartando la maleza. Era de mediana estatura y sus ojos fulguraban. Su mirar era inquieto, pero en las líneas duras de su boca vagaba en veces una sonrisa bonachona y mansa.
El hombre se lanzó al río, y como si el mendigo...
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