pacoporras2
Páginas: 6 (1279 palabras)
Publicado: 11 de junio de 2013
No suelen las monografías etnográficas ser libros especialmen-te divertidos, ni mucho menosdescuellan por su humor, a pesar de la gran cantidad de equívocos y situaciones ridiculas en que necesariamente incurre cualquier individuo que intenta apropiar-se de convenciones que le son totalmente extrañas, como es el caso de cualquier etnógrafo en el seno de su correspondiente po-blación exótica.
Serio e imbuido de su cuasisacerdotal responsabilidad teóri· ca, el etnógrafo con frecuenciano llega a captar el humor de sus exóticos anfitriones (que con toda razón suelen hacerlo objeto de burla, por su impericia práctica y su minusvalía verbal), y muy raramente observa distanciadamente 10 patético de su posición,
Más habitual es que proyecte sus frustraciones sobre sus huéspe-des, llenando sus diarios personales y los prólogos de sus mo-nografías de quejas y denuestos contra losnativos, en un estilo que hoy ya resulta plenamente familiar desde la publicación de los diarios de Malinowski, y que Lévi-Strauss explicaba recien-temente sin pelos en la lengua a Didier Eribon: .¿Sabe? Cuando se han perdido quince dias con un grupo indigena sin conseguir
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sacar de ellos nada en claro, simplemenre porque no les da la gana, uno llega a derestarlos.»
El nativo, convertidoen pura veta informativa, carece de iden-tidad personal (es además esto un presupuesto teórico de su ser como «primitivo»: la falta de individualidad, el primado del rito y lo grupal), salvo en el caso de ciertos informantes privilegiados, que han pasado a la historia de la antropología como casos señe. ros de indivídualización primitiva (el Ahuia de Malinowski, que terminó él mismo casi comoetnólogo, el Jim Carpenter de Lo-wie, o el Ohnainewk de Carpenter), y que en general quedan re-ducidos a una presencia fugaz en el trabajo reconstructivo final del etnógrafo, donde se supone que es la sociedad misma, y no la anécdota individual, la que debe quedar reflejada.
La virtud del libro de Barley, en este sentido, es que está lleno de individualidades que evolucionan como verdaderos acto-res,con una vida propia cargada de colorido, y una profusión y variedad verdaderamente asombrosos, por cuanto dan la medida de un intrincamiento racial y cultural que pocas veces aparece en las monografías etnológicas, empeñadas habitualmente en mostrar la puridad del «aislado» cultural y demográfico sobre el que cen-tran su atención.
Fulanis, dowayo, koma, negros urbanizados, cristianos y mu·sulmanes, misioneros católicos y protestantes, funcionarios negros y cooperantes blancos, todo el espectro de este detritus cultural que forma los márgenes de la Cultura-Mundo occidental, y cuyo mestizaje y entrecruce constituye hoy una de las principales preo-cupaciones de la antropología, se manifiestan como un bulle-bulle vívido y variopinto, que la pericia narrativa de Barley nos hace compartir,a ]a vez con humor implicado y crítica distancia.
Pero entre ellos destacan, convertidos en verdaderos perso-najes novelescos, individuos como el estrafalario jefe Zuuldibo; o el viejo de Kpau, el misterioso y atrabiliario «jefe de lluvia», cuyos poderes expone Barley con una fascinación próxima a la de Castaneda por Don Juan; o el hábil traductor Mauhieu, el do-wayo semiaculturado, cuyoreencuentro años más tarde, describe
Barley en A plag(le 01 caterpillars, comparándolo humorística-mente con el principio de Sonrisas y lágrimas; o el histérico mi-sionero Herbert Brown, afectado por el sol de los trópicos, y dotado de un curioso don de lenguas; cada uno de ellos perfecta-mente individualizado y construido con las trazas realistas de un personaje de novela, dentro de una tradición...
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