Pandora (Cuento) Ana María Del Río

Páginas: 13 (3201 palabras) Publicado: 18 de febrero de 2015
Pandora
Ana María Del Río

El remezón no vino de a poco. En realidad, nada viene de a poco en esta vida. Todo acaece tal como en los terremotos: de sopetón. Somos nosotros los que vivimos de a pizcas.
Fue en algún mes del año noventa y nueve. Descoyuntamiento de tierra, se oía decir. Unos le llamaron movimiento sísmico, deslizamiento de la marquesina continental. Yo lo llamé el fin delmundo. Liso y llano. El Día del Juicio, el que nos habían metido en la médula para la Confirmación en la parroquia, antes de la confesión general, el que iba a ocurrir cuando el hombre no supiera ni el día ni la hora. Yo nunca sabía la hora y andaba más distraída que una bolsa de aire, decía mi mamá, así es que en cualquier momento podía venir.
Pero lo que yo no podía entender era la voluntad de Diosde armar el fin del mundo justo en la mitad del verano, cuando nos habían apisonado el hoyo para la piscina y nos dejaban hacer comida en la salamandra de la casa de muñecas de los Barceló, donde cabíamos todos parados porque era antigua y los antiguos hacían las cosas mejor que nosotros. Pero sobre todo, cuando mi primo de Santiago ya iba a venir y yo ya no podía respirar de pasión en las nochesy se me mojaba el férreo calzón contra rascaduras y toqueteos nocturnos porque salían culebras y las mujeres vírgenes no tienen culebras, decían.

El remezón vino en medio de la noche, cuando todos dormíamos con la conciencia destapada, excepto yo, con mi maldito pijama de una sola pieza insobornable de franela inglesa, untada entera con mentolatum para sacarme los granos que había pescado albañarme en el tranque de los canutos, que bautizan sin que te des ni cuenta.
Y fue un abrir y cerrar de ojos, puertas que se salían de cuajo, muros partiéndose como gajos de naranja, nanas que corrían con niños a la cintura, jaculatorias encabritándose en labios partidos sin rouge alguno, fue un sonar de montañas entrechocándose y un tierral que parecía confusión del alma.
La Señorita veraneabacon nosotros ese verano para cuidar las depresiones quincenales de mi madre y ponerle las compresas de té sobre los ojos mientras le contaba cuentos de una tabla redonda; la vimos bajar con encajes en cuello y puños vomitando un inglés velocísimo como pequeña garza blanca. Mi Nanita, que había renegado toda la vida en alto castellano contra esas lenguas bárbaras, le contestó en una cadena desonidos equivalentes que nos dejó a todos con la boca abierta. La Señorita se acercó a ella y le tomó las dos manos, agradecidísima.
Mi padre nos arreó hacia afuera, con huasca.
En el patio, con el índice vibrante por terror, mi madre nos contó en ba1buceos. Estábamos los siete. Su figurilla de porcelana ribeteada con géneros franceses y cintura mínima tenía el ánimo lloroso. Lo había tenidosiempre desde que vivía en este tremendo fundo de extensiones de trigo ante las que ella desaparecía, simplemente, sin poder decir nada. Ni siquiera preguntar por qué estaba tan lejos de un Santiago encantador, con idas al Municipal, acicalamientos en baños del teatro y tacitas de té con chismes destilados. Ella, sin comprender jamás por qué estaba sepultada en El Totoral, viendo a gruesas vacas parirmucosas grisáceas y días aún más gruesos gotear una eternidad con olor a guano.

Detrás de ella apareció mi padre haciéndole sombra. Los suaves ojos de mi madre se prepararon para las órdenes y la ordenación del caos.
La grieta entre mi padre y mi madre empezaría suavísima, tal vez un domingo, cuando él ya no se asombró de su aérea belleza de Greta Garbo ni de la lejanía de sus ojos y le vio lasbolsas de las mejillas y comenzó a considerarla una posesión tenue, levemente molesta, aunque ni siquiera él mismo 10 sabía entonces, porque no era muy fácil darse cuenta de las cosas con tanta tierra.
Ese día, mi madre seguía pidiendo cosas con aire de ciega, moviendo las puntas de sus dedos borrosos. Su alma se marchitaba como siempre, al soplo del viento rural, desde su cintura de llave....
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