Pantano de Sangre

Páginas: 86 (21265 palabras) Publicado: 29 de octubre de 2014
PRESTON & CHILD
PANTANO DE SANGRE
Traducción de jofre Homedes Beutnagel

PLAZA JANES

Título original: Fever Dream
Primera edición: septiembre, 2010
© 2010, Splendide Mendax, Inc. y Lincoln Child
Todos los derechos reservados.
Edición publicada por acuerdo con Grand Central
Publishing, Nueva York, Estados Unidos. © 2010, Random House Mondadori, S.A.
Travessera de Gracia, 47-49. 08021Barcelona
© 2010, Jofre Homedes Beutnagel, por la traducción
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Printed in Spain - Impreso en España
ISBN:978-84-01-33767-3
Depósito legal: NA. 1.857-2010
Compuesto en Compaginem, S. L.
Impreso y encuadernado en Rodesa
Pol. Ind. San Miguel, parcelas E-7 y E-831132 Villatuerta (Navarra)
L 3 3 76 73 - SU

Para Jaime Levine

1
Musalangu, Zambia
El sol del crepúsculo, de un amarillo ardiente, abrasaba como un incendio
forestal la sabana africana, en el sofocante atardecer que caía sobre el
campamento. Las colinas, en el curso superior del río Makwele, se erguían al
este como dientes verdes y gastados, recortándose en el cielo.
Un círculo depolvorientas tiendas de lona rodeaba una explanada de tierra
batida, a la que daban sombra viejos árboles msasa cuyas ramas se extendían
como parasoles esmeraldas sobre el campamento de safari. La columna de
humo de una hoguera atravesaba sinuosamente el follaje, llevando consigo un
tentador aroma a fuego de madera de mopane y de kudú a la brasa.
A la sombra del árbol central, dos personas—un hombre y una mujer—,
sentados frente a frente a una mesa, en sillas de acampada, bebían bourbon
con hielo. Llevaban pantalones largos (unos chinos sucios de polvo) y manga
larga, para protegerse de las moscas tse-tse que aparecían por las tardes.
Rondaban la treintena. El, alto y delgado, llamaba la atención por una palidez
imperturbable y casi gélida, inmune al calor. Esa frialdad no seextendía a su
interlocutora, que se abanicaba lánguidamente con una gran hoja de banano,
haciendo ondular la frondosa y cobriza cabellera que se había recogido con un
nudo flojo con la ayuda de una cuerda. El murmullo sordo de la conversación,
salpicada de alguna que otra risa femenina, apenas se distinguía de los ruidos
de la sabana africana; el reclamo de los cercopitecos verdes, los chillidosde
los francolines y el parloteo de las amarantas del Senegal se mezclaban con el
ruido de cacharros de la tienda cocina. Como rumor de fondo de la charla
vespertina se oía el rugido lejano de un león, emboscado en la sabana.
Las dos personas sentadas eran Aloysius X. L. Pendergast y Helen, su mujer,
con quien llevaba dos años casado. Estaban a punto de acabar un safari por la
zona de cazacontrolada de Musalangu, donde habían cazado antílopes
jeroglíficos y cefalofos siguiendo un programa de reducción de manadas
gestionado por el gobierno de Zambia.
—¿Un poco más de cóctel? —preguntó Pendergast a su mujer, levantando la
jarra.
—¿Otro? —contestó ella, y se rió—. Aloysius, no estarás planeando asaltar mi
virtud, ¿verdad?
—Ni se me había ocurrido. Tenía la esperanza de quepasáramos la velada
analizando el concepto de imperativo categórico en Kant.
—¡Vaya por Dios! Tal como me advirtió mi madre. Te casas con un hombre
porque es buen tirador y acabas descubriendo que tiene un cerebro de ocelote.
Pendergast se rió entre dientes, bebió un sorbo y miró la copa.
—La menta africana resulta un poco agresiva para el paladar.
—¡Pobre Aloysius! Echas de menos tus...
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