Papa Goriot
La muerte del padre
Al día siguiente, Goriot y Rastignac no aguardaban más que la buena
voluntad de un mozo de cuerda para marcharse de la pensión,
cuando, hacia el mediodía, el ruido de un carruaje que se detuvo precisamente
a la puerta de Casa Vauquer resonó en la calle Neuve-Sainte-Geneviève.
La señora de Nucingen se apeó de su coche y preguntó si su padre
se hallaba aún en lapensión. Ante la respuesta afirmativa de Silvia,
subió rápidamente la escalera. Eugenio se encontraba en su apartamento
sin que su vecino lo supiese. Durante el desayuno había rogado a papá
Goriot que se llevara sus efectos, diciéndole que se encontrarían a las
cuatro en la calle de Artois. Pero mientras el buen hombre había ido en
busca de unos mozos de cuerda, Eugenio había regresado, sin quenadie
lo hubiera advertido, para arreglar sus cuentas con la señora Vauquer,
no queriendo dejar este encargo a Goriot, el cual, en su fanatismo, habría
pagado sin duda por él. La patrona había salido. Eugenio subió a su aposento
para ver si acaso olvidaba algo, y felicitóse por haber tenido tal
idea al ver en el cajón de su mesa la aceptación en blanco que había firmado
a Vautrin, y que habíatirado negligentemente allí el día en que la
había pagado. No teniendo fuego, iba a romperla a pequeños trozos
cuando, al reconocer la voz de Delfina, no quiso hacer ningún ruido y se
detuvo para oírla, pensando que ella no había de tener ningún secreto
para él. Luego, desde las primeras palabras, encontró la conversación entre
padre e hija demasiado interesante para no escucharla.
–¡Ah!,padre mío –dijo–, quiera el cielo que hayáis tenido la idea de pedir
cuentas de mi fortuna con tiempo suficiente para que no quede arruinada.
¿Puedo hablar?
–Sí, no hay nadie en la casa –dijo papá Goriot con voz alterada.
–¿Qué os ocurre, padre? –repuso la señora de Nucingen.
–Acabas de darme un hachazo en la cabeza –respondió el anciano–.
¡Que Dios te perdone, hija mía! No sabes cuánto tequiero; si lo hubieras
sabido, no me habías dicho bruscamente tales cosas, sobre todo si no se
tratara de nada que sea desesperado. ¡Qué ha sucedido, pues, que sea tan
urgente como para que hayas venido a buscarme aquí, cuando dentro de
unos instantes habíamos de ir a la calle de Artois?
–¡Oh!, padre, ¿acaso uno es dueño de su primer impulso cuando se encuentra
en medio de un desastre?¡Estoy loca! Vuestro procurador nos ha
hecho descubrir un poco temprano la desgracia que sin duda estallará
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más tarde. Vuestra vieja experiencia comercial va a sernos necesaria, y he
corrido hacia vos con la misma rapidez con que uno se aferra a una rama
cuando se está ahogando. Cuando el señor Derville ha visto que Nucingen
le oponía mil embrollos, le ha amenazado con un proceso diciéndoleque pronto se obtendría la autorización del presidente del tribunal. Nucingen
ha venido esta mañana a preguntarme si yo quería su ruina y la
mía. Le he contestado que yo no sabía nada de todo esto, que yo poseía
una fortuna, que yo debería estar en posesión de ella, que todo lo que se
relacionaba con este enredo incumbía a mi procurador, y que yo nada sabía
en absoluto ni podía entendernada de todo este asunto. ¿No es lo
que me habíais recomendado que dijera?
–Sí –respondió papá Goriot.
–Entonces –prosiguió Delfina– me ha puesto al corriente de sus asuntos.
Ha invertido todos sus capitales y los míos en empresas apenas comenzadas,
y para las cuales ha sido necesario echar mano de grandes sumas.
Si yo le obligase a devolverme la dote, él se vería obligado a declararse
enquiebra; mientras que si yo quiero esperar un año, él se compromete,
bajo su palabra de honor, a entregarme una fortuna doble o triple
de la mía, invirtiendo mis capitales en operaciones territoriales, al término
de las cuales yo seré dueña de todos los bienes. Querido padre, él era
sincero y me ha asustado.
»Me ha pedido perdón por su conducta, me ha devuelto mi libertad,
me ha permitido...
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