Papitas Con Mantequilla

PAPITAS CON MANEQUILLA

No es una fabula, ni una historia de terror, ni un cuento y menos un chiste. No es una rima ni un poema. Es la historia de mi vida.
Una vida hermosa, una vida con proyectos a futuro, con ilusiones de poder, no de ese poder que destruye, que engrandece, que maquilla y corrompe, sino con ilusiones de poder salir del hueco en el que estábamos metidos.
Las ilusiones depoder invitar a los amigos a una casa donde podíamos ofrecer algo, se desvanecían con cada lágrima de mis hermanos pidiendo una receta sencilla pero para nosotros especial (pollo brosterizado con bastante cubito maggi y papas fritas).
Las ganas de ver en el cuarto a un compañero, feliz de llegar a la casa de un extraño conocido a hacer los deberes, se alejaba más y más al sentir que el nintendode primera degeneración ya había pasado de moda.
Conformados siempre con lo mínimo, si de esa manera venia sutil la sonrisa del gestor.
Acariciaba amargamente la muerte por el hogar, por la casa mejor dicho.
Con tan solo nueve, siete y seis años respectivamente un terrible mal nos ahogaba aun más. Circuncidaron ya en nuestras proyecciones, la victoria de una felicidad próxima. El nudo en lagarganta no era más que un cabo atado al cuello, esperando matar y lograr su cometido.
Se acababa a pasos agigantados la vida de la madre, que parida enferma, lució siempre su grandeza, sin saber ella el mal que padecía.
En cama ya moribunda y seca, afianzó en nosotros el carácter, la paciencia, la ira y las desgracias. Ejemplificó en cama las bondades de necesitar algo y luchar por aquello.Nos dio los gustos, las creencias y gracias eso lo que somos hoy en día.
Con tan solo nueve, siete y seis años respectivamente, encarnamos en nosotros las tareas. Como cabeza de hogar y al frente de tapar todos los problemas, causando en mí ser una implosión de lágrimas, me dedique a ordenar y a organizar lo que entre dientes algo mi madre podía decir.
El ultimito no era el ultimito. Casi quegracias a él podíamos comer. Yo ya cansado de entregar un lado de la cara para que me abofeteen los desgraciados de las tiendas y se encargó como un verdadero varón de traer la comida a la casa. Toda fiada claro, pero luchaba por hacerlo.
Arriesgando la vida y flaco todavía, montaba la destartalada bicicleta que una vez me robaron en el parque de la carolina y sentado en semejante arma mortal,fijaba su ruta directo al vecino que menos le debíamos.
Formo su carácter de esa manera, al ser humillado y vejado por una libra de arroz y un cuarto de pollo podrido, que el maldito vecino en venganza le entregaba.
Tan chistoso fue una vez; con los últimos cinco mil sucres que teníamos de un par de trapos que había vendido con mi mamita, le mandamos a Felipe a comprar sal. Se demoró como nuncay yo ya sufría que un auto había logrado una pérdida más en nuestras vidas. Salimos desesperados de la casa a ver que sucedía con el mensajero y el encargo. Cuando sigilosa y lentamente se vio la silueta del africano de blanco, que, escuálido y casi ya sin fuerzas a lo lejos, arrastraba dos fundas que en tamaño y en peso le ahogaban. Llegó por fin y con esa inocente sonrisa que ahora lecaracteriza, por burlesca y desgraciada, nos decía: “Mamita Mamita, que tonto el vecino, le pedí que me vendiera una funda de sal y me cobro quinientos sucres, ni tonto, traje seis fundas. Me lo hallé al vecino”.
Inocente la ilusión del pequeño comprador al pensar que había hecho el negocio de su vida, sin saber que la sal es más barata que el agua y que con el resto de plata aun faltaba comprar papas ymantequilla.
Con las mismas ganas que vino a contar la tremenda oportunidad que se le había presentado, dio media vuelta y con lágrimas en los ojos, llegó a la tienda, cabizbajo a rogar que le devolvieran la plata.
El mediano, mi ñaño Andres, era el científico de la casa, era el que le daba el carácter tecnológico a las ilusiones que por derecho teníamos y por defecto se nos negaban. Siempre...