Pasando Trabajo
En la distancia vio que la buseta que le servía hasta su destino avanzaba rauda por el carril del centro de la avenida; con su mano derecha agitándose como si llamara a su mascota, hizo la seña para que se detuviera, y en un movimiento acrobático el chofer que alcanzó a verlo, se cerró sobre la acera parando unos metros adelante; con zancadas largas corrió en dirección delvehículo, que reanudó su marcha tan pronto como lo recogió, tanto así que sintió su cuerpo en vilo acariciado por la brisa de la mañana. Separando los cuerpos con su brazo firme, alcanzó a sostenerse con dificultad de la varilla vertical que estaba al final de los tres escalones de entrada y que daba comienzo al corredor; del bolsillo de su saco de sastre extrajo el arrugado billete de mil pesos que leentregó al chofer atravesando de nuevo ese tumulto de cuerpos, y sin saber cómo unos segundos más tarde recibió los doscientos pesos de vueltos. De nuevo la buseta frenó, y sintió que su cuerpo se mecía en un ir y venir violento atenuado por los otros cuerpos y por la fuerza con la que se sostuvo de la varilla; el carro frenó con tal violencia que su cabeza se estrelló con un golpe leve sinmayores consecuencias contra el vidrio rígido de la puerta delantera del vehículo; desde afuera alguien lo empujó por la espalda embutiéndolo hasta hacerle pasar la registradora, cuyos tubos se pegaron a su estómago al punto de ahogar por unos instantes su respiración.
Creía que los chóferes de buses y busetas más allá de su mala fama de atarvanes, ganada con suficientes méritos en no pocasocasiones, eran una especie de superdotados, porque mientras conducían a través del tráfico infernal de la ciudad esquivando las troneras de las calles, competían con sus pares por los pasajeros, recibían dinero y daban vueltas casi que sin dejar de mirar al frente. Tal vez la rutina había vuelto expertos a esos choferes para solventar los avatares de sus trabajos, así como él también lo era para sortearlas incomodidades que a diario le significaba el hecho de montarse en un bus de transporte público, atestado de afanados viajeros hasta las banderas, que apretujados y enjaulados como bestias parecían resignados a su suerte. Ni los lustrosos zapatos brillados con esmero, ni los vestidos aplanchados con delicadeza hasta marcar sus pliegues con perfección salían indemnes de estrujadas y pisotones,que más que agresiones intencionadas eran formas de defender la poca dignidad. Si bien esa mañana se había levantado a la misma hora de siempre, se había ataviado con uno de sus trajes de sastre con la corbata de rigor, y saliera a la misma hora de su casa, a diferencia de todos los días no iba rumbo a su trabajo, porque prefería ocultarle a su esposa y a sus dos hijos esa terrible verdad para laque no tenía palabras ni corazón.
A la una de la tarde del día anterior, justo cuando regresaba de almorzar, su jefe lo mandó llamar a su despacho; sin pormenores le pidió que dejara su puesto listo antes de las cinco de la tarde, hora en la cual su jornada de trabajo llegaba a su límite. Sin mediar más palabras que un “como guste señor”, Jairo Ramos dio media vuelta y salió presuroso de laoficina de su superior jerárquico en la organización. Antes de cumplir la orden se frotó las manos en señal de bienestar y dio gracias a su Dios, porque por fin sus plegarias parecían comenzar a ser satisfechas; no dudó que esa tarde le harían oficial el nombramiento de ascenso por el que trabajara por más de cinco años con tanto esmero y honestidad, y el hecho que le pidieran que dejara sus cosasen orden, era para facilitarle la entrega del puesto a su sucesor sin mayores traumatismos. Con celeridad ordenó sus documentos, puso al día los trámites que tenía pendientes al interior de la organización, y para ello corrió de puesto en puesto y de oficina en oficina, sacando fotocopias, imprimiendo balances y haciendo firmar cartas. Sus compañeros de trabajo atendieron sus solicitudes con...
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