pasion y traicion

Páginas: 66 (16377 palabras) Publicado: 11 de agosto de 2014

Pasión y traición
CAPÍTULO 01
El sol de principios de septiembre iluminaba las calles de Buenos Aires. El calor todavía se soportaba. No era abrasador, como solía suceder durante el último mes del año. La primavera no había hecho su aparición, pero los pocos ombúes que adornaban la zona sur de la ciudad empezaban a desvelar algunas hojas nuevas. Como todos los sábados por la mañana, Antoniode Escalada y Remeditos, su hija dilecta, caminaban desde su casa ubicada en la esquina de Santísima Trinidad y la Merced hasta los Altos sobre la Plaza del Fuerte
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. La pequeña esperaba con ansiedad ese momento. Siempre a la misma hora. Su padre iba a buscarla a sus habitaciones y la nana ya le había adornado los rizos negros con cintas de seda, acomodaba su falda y con una risotada laempujaba hacia los brazos de Antonio. La niña sonreía. Adoraba a su padre. Hacía lo que quería con él. Si se le antojaba un juguete nuevo, Remeditos lo miraba con sus ojos enormes y lograba su cometido. Si prefería quedarse despierta fisgoneando en un rincón del salón, en esas tertulias espléndidas que ofrecían los Escaladahasta entrada la noche, pestañeaba y hacía puchero ante la mirada plena de supadre, y recibíaun sí como respuesta. Su madre, Tomasa de la Quintana Aoiz Riglos y Larrazábal, no siempreacordaba con los consentimientos de su marido pero no podía contra los manejos de su hija.— ¿Vamos, Tatita? — dijo Remedios, mientras se acercaba corriendo a la figura enorme desu padre. Antonio de Escalada era uno de los comerciantes más ricos del Río de la Plata y noescatimaba en derrochespara sus hijos y su esposa. Y la luz de sus ojos — Remeditos, como ledecían sus padres y hermanos— sabía que la caminata de los sábados le deparaba todo tipo deregalos al paso. Los pastelitos eran su mayor tentación. Su madre se los tenía prohibidos. Sobretodo si eran de cualquier desconocido que fatigara la calle con su canasta. Pero los sábados ellasabía que podía llegar a engullir tres pastelitosde la mano de su padre. Sus caprichos eranórdenes. Antonio hacía la recorrida obligada por los Altos de Escalada. Controlaba que todos susasuntos estuvieran en orden. Pero el sábado era el día especial de su hijita querida. YRemeditos adoraba acompañarlo. En los Altos vivían muchos de los empleados de su padre,además de situarse las tiendas y talleres artesanales.Cerraron con fuerza el portón decalle y partieron por Santísima Trinidad rumbo a la calle delCabildo
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.— ¿Cómo andan las clases de piano?— Muy bien, Tatita, avanzo mucho. Cuando volvamos a casa, ¿puedo mostrarles cómoadelanté con esa nueva canción?— Por supuesto, m’hijita. Después del almuerzo nos sentamos en el salón como siestuviéramos en el teatro. ¿Qué te parece?— ¡Sí! Quiero que todos me presten atención.Remedios nosólo era la mimada del patriarca de los Escalada. Sus hermanos mayores laconsentían sin medir consecuencia alguna. Bernabé y María Eugenia eran hijos de la primeramujer de Antonio, Petrona Salcedo y Silva, sobrina del virrey Juan José de Vértiz y Salcedo, y lellevaban a su hermanita diecisiete y dieciséis años. El abogado de la familia, como le gustabapresentarse a Bernabé — o más bien el estudiantecrónico de Leyes— no residía en Buenos Aires. Según el relato familiar, la Corte de España lo había trasladado a las Filipinas para quedesempeñara el cargo de gobernador de las islas, y hacia ese destino había embarcado. Sinembargo, preguntaba especialmente por la niña en todas y cada una de las cartas que llegabandesde ese paraje remoto. Él, a la distancia, y su hermana, siempre muy cerca, lamimaban comosi fuera su hija y le permitían cualquier capricho. Tomasa trataba a los primogénitos de su maridocomo si hubieran sido propios, y ellos, huérfanos de madre a edad temprana, no habían sentidodiferencias en el trato. Pero quienes cuidaban de su hermanita como si fuera un muñeco eranManuel y Mariano, que sólo le llevaban uno y dos años. La pequeña tenía siete y ya dominaba alos varones de...
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