Patas para arriba
Y, aunque sólo en los últimos dos capítulos, también están presentes aquellos queresisten a tal escuela. Sus voces y sus caras por lo general no aparecen en las noticias diarias, y si lo hacen, es tan solo en la prensa amarilla. En este sentido, al final del libro nos encontramoscomo en el patio escolar de la imaginación política. Allí se hallan los individuos y los grupos que no obedecen a sus maestros, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, los movimientossociales que ocupan las calles en vez de asistir a clase: los Indios que han enmascarado sus rostros para «desenmascarar el poder que los humilla»; los campesinos sin tierra que en la tierra ocupada yexpropiada a las multinacionales cultivan alimentos para sus familias; los activistas que luchan por el derecho a la bancarrota, a no pagar las deudas a los financieros y banqueros, a la renta básicagarantizada independiente del empleo, a la vivienda para todos, a la educación y a la asistencia médica gratuitas. Entre ellos resuenan las consignas «¡Nadie nos representa!» y «¡Si no nos dejáis soñar...
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