PECES DE OTRAS AGUAS Ok


PECES DE OTRAS AGUAS

I


Sobre la una y treinta y cinco minutos de la madrugada, exactamente, el Jet de Pan-Am, atronador, estrepitoso, horrorosamente estridente, se dejó caer a todo lo largo y ancho de su estructura, sobre el campo mojado del aeropuerto de la ciudad, que a ésas horas dormía de manera abismal,… insondable.
El tráfico nocturno era escaso en el momento, y había pocosindividuos en el muelle de pasajeros: se hallaban durmiendo sobre las sillas frígidas algunos de ellos, y caminando sin sentido, abotagados y atontados, los otros.
Hacía frío, un frío acuoso, y la neblina densa y acre, se esparcía fantasmagórica por todos lados. En la pista, el avión carreteó hasta el final de ella y dio una vuelta sobre si, volviendo a enderezar en dirección a la terminal depasajeros, por donde se afanaban dos empleados de la aerolínea haciéndole señas al comandante de la nave. Casi pegado a la cimentación, el aparato se detuvo calmo, aplacado,… y pareció entonces emitir un gran suspiro de alivio al apagar las turbinas.
Minutos después, al abrirse la escotilla del aeroplano, la brisa helada penetró de golpe, hiriente y corrosiva, semejante a un feroz machetazo en el rostro.La mujer, una norteamericana de color, fue la primera en asomarse luego que lo hubo hecho una de las aeromozas de la compañía aérea. Estaba cansada y fastidiada, luego de haber soportado el largo vuelo sobre el océano atlántico:
-Wow -escupió irónica mientras se aprestaba a salir-, esto es igual a Londres,… pura niebla.
Cuando la cabinera dio la orden, los pasajeros comenzaron a bajar lentamente.La mujer de color fue la primera en iniciar el descenso.
-Falta la nieve -exclamó irónica al empezar la bajada-,… sólo falta la nieve.
El hombre que había salido tras de ella, portando un maletín de viaje en su mano derecha, no pudo contener una ilógica risotada que los demás pasajeros censuraron con la mirada.
De nuevo, antes de posarse sobre el pavimento húmedo, la mujer recurrió a la broma:-¿Nos esperan indios, miss Armenta? – preguntó cáustica a alguien que venía con ellos.
La interpelación subió en vía contraria a los pasajeros que venían por las escaleras: mordaz, reptante, al igual que una hedionda sierpe del boscaje, y fue a dar de lleno en el rostro de la mujer que les seguía.
Era una hembra hermosa, delgada, elegantemente trajeada, del tipo indogermánico; de cabellos rubiossueltos y de unos ojos derrochadamente azules. Esta no respondió mientras bajó por las escalinatas, lo hizo cuando tocó tierra:
-No, nena; aquí también llegó la civilización hace rato- dijo molesta.

Había querido ser clara en su respuesta, categórica y determinante; pero la americana no lo estimó así: antes por él contrarió, lo que hizo fue lanzar otra abominable carcajada y se enrumbó, muerta dela risa, hacia la edificación lóbrega y yerta del puerto aéreo. El hombre y la mujer de color, se la habían pasado todo el tiempo en el avión hablando del subdesarrollo del país al que llegaban; departiendo al respecto de su privativa violencia, de la problemática reconocida en el, y en especial, de la pobreza proverbial de sus habitantes.
Únicamente atajaron sus burlas, al pegar la hebra sobreNueva York; al hablar del Greenwich Village, de la posada Stonewall –a donde acudían constantemente en busca de victimas-, o al recordar lo bien que habían estado en una cualquiera de sus jaranas en Park Street, en la Lexington o en Melville. Eso sí, habían procurado no charlar nada relativo al Bronx, la barriada desastrada y comprometida, en donde residían habitualmente.
Rosa Armenta, lamujer que caminaba en el tercer lugar de la fila de pasajeros, que en ése momento ingresaba en la edificación, no era una señora de temperamento dulce o amigable: a sus treinta y cinco años –diligente como ninguna otra persona-, y caminando aún con la cabeza enhiesta, no era mujer que se prestase para burlas. Llevaba encima una soltería que le pesaba como un fardo de cemento, y para colmo de los...