Pedos de mono xdxd
—Y no podrá decir que no me he portado terriblemente bien, ¿no es cierto?
Puse una mano sobre su hombro, pues, aunque me daba cuenta de que era mucho mejor mantener esa conversación caminando, no me sentía del todo capaz de andar.
—No, no podría decirlo,Miles.
—Excepto que una noche... ya sabe usted...
—¿Aquella noche?
No podía mirar las cosas tan audazmente como él.
—Sí, cuando salí.., cuando salí de la casa.
—¡Oh, sí!, pero he olvidado por qué lo hiciste.
—¿Lo ha olvidado? —inquirió con la suave extravagancia de un reproche infantil—. ¡Cómo! ¡Si fue para mostrarle de qué era capaz!
—¡Ah, sí, de qué eras capaz!
—Y puedohacerlo otra vez.
Pensé que lo mejor sería mantenerme reservada.
—Desde luego. Pero no lo harás.
—No, no haré eso de nuevo. Aunque eso no fue nada.
—No fue nada —dije—. Pero démonos prisa.
Él volvió a caminar a mi lado, pasando su mano bajo mi brazo.
—Entonces, ¿cuándo volveré a la escuela?
Al volverme a mirarlo, adopté mi aire de mayor responsabilidad.
—¿Era feliz allá?Lo pensó durante unos segundos.
—Yo soy feliz en cualquier parte.
—Entonces —lo interrumpí—, si eres feliz aquí...
—¡Oh, eso no es todo! Desde luego, usted sabe mucho...
—Pero tú supones que sabes casi tanto como yo, ¿verdad? —me atreví a preguntarle cuando hizo una pausa.
—¡No sé ni la mitad de lo que quisiera! —admitió Miles honradamente—. Pero no es de eso de lo que se trata...—¿De qué, entonces?
—Bueno... Quiero conocer un poco más de la vida.
—Ya veo, ya veo.
Habíamos llegado a un sitio desde el cual se podía ver la iglesia y a varias personas, entre ellas algunos miembros de la servidumbre de Bly, agrupados junto a la puerta para cedernos el paso a nuestra llegada. Apresuré la marcha. Quería llegar a la iglesia antes de que la conversación que sosteníamosalcanzara mayores honduras; pensaba, con avidez, que durante más de una hora él tendría que permanecer en silencio; y pensé también, con satisfacción, en la relativa penumbra del templo y la ayuda casi espiritual que me presentaría el cojín en que apoyaría las rodillas. Parecía que estuviera yo disputando una carrera con la confusión a la que él trataba de reducirme, y creo que llegó a vencermecuando, antes de que entráramos en el atrio de la iglesia me dijo:
—¡Quiero estar con mis iguales!
Aquello me hizo literalmente dar un salto.
—No existen muchos que puedan igualarte, Miles —dije, y me eché a reír—. Salvo, tal vez, la pequeña y adorable Flora.
—¿Me está usted comparando con una niñita?
Aquella pregunta me tomó por sorpresa.
—¿Es que no quieres a nuestra dulce Flora?—Si no la quisiera, y a usted tampoco... —repitió, como si retrocediera para dar un salto, dejando sin embargo su pensamiento tan incompleto que, traspuesta la puerta del atrio de la iglesia, otro alto, que él impuso con una presión de su brazo, se hizo inevitable. La señora Grose y Flora habían entrado en la iglesia, los otros feligreses las siguieron y nosotros nos quedamos solos durante unminuto, entre las viejas tumbas. Hicimos una pausa precisamente junto a una de ellas, una tumba baja y oblonga, semejante a una mesa, situada a un lado del camino.
—Dices que, si no la quisieras...
Miles miró a las tumbas mientras yo esperaba. Luego respondió:
—Bueno, ¡usted lo sabe muy bien!
Pero no se movió, y al cabo de unos instantes añadió algo que me obligó a apoyarme en la lápidade una tumba, como si repentinamente necesitara reposar:
—¿Opina mi tío lo mismo que usted?
Tardé un poco en responder.
—¿Cómo puedes saber lo que opino?
—¡Ah, bueno!, por supuesto que no lo sé; me sorprende que nunca me lo haya dicho. Lo que ahora quiero saber es si él lo sabe.
—¿Si sabe qué, Miles?
—Bueno, el modo como me educo.
Me di cuenta, con suficiente rapidez, de...
Regístrate para leer el documento completo.