Periodismo

El perro quiere entrar, su dueño le explica con paciencia que no, que no se puede, que lo tiene que esperar ahí afuera hasta que termine el entrenamiento. El perro entiende las razones probablementey hasta quiere respetar el cartel de la puerta que dice que toda persona ajena al gimnasio tiene prohibida la entada. Pero se muere de ganas de acompañar a su dueño que salta como loco, transpirando,alrededor de una bolsa que cuelga del techo. También los hermanos menores de un tal Johny que hace abdominales en el fondo y un viejo que no acompaña a nadie respetan el cartel y miran desde lapuerta.
En el Gimnasio de la Federación Argentina de Box el ritual del entrenamiento se dispone con los mismos tiempos que una pelea de verdad. Después de un minuto de descanso suena un timbre y todos comoeyectados retoman sus actividades durante tres minutos, como si fuera un round en el que se define todo, con la misma intensidad o casi. Y cuando suena el timbre todos los que esperan afuera, inclusoel perro, levantan la cabeza para ver: Una hilera de quince pibes le pegan al mismo tiempo a las bolsas que cuelgan del techo con cadanes, las cadenas se frotan y hacen ruido. Otros a los puchingballen el fondo que rebotan contra la pared como tambores, marcando el ritmo de los que saltan solos frente al espejo, como imaginándose un rival, disparando las manos al aire, corrigiéndose a sí mismos,en tercera persona. Un viejo con los pelos blancos, peinado como director de orquesta, vestido con la leyenda Demoliton Team Platinsky en la remera, marca el paso de los que guantean en el ring:“Dale, dale, dale ahí, buscalo, no pelotudo búscalo”
Arriba del ring la piel tatuada de uno de los contrincantes brilla por la transpiración. Es un poco gordo y cuando salta de un lado a otro se le mueventodas las carnes. Este tiene la nariz como un poroto blanco. El otro es todo lo contrario, morocho, de nariz huesuda, con el pelo negro pegado en la frente por acción de gel para peinar y el...