perra
Por
Roald Dahl
Cuento de su libro “El gran cambiazo” (Switch Bitch, 1974)
Hasta el momento he dado a publicar un solo episodio de los diarios del tío Oswald.
Trataba, como probablemente recordarán algunos de ustedes, del encuentro carnal entre mi
tío y una leprosa siria en el desierto del Sinaí. Seis años han pasado ya desde su
publicación y aún no se ha presentado nadie a causarproblemas. En vista de ello, me veo
con ánimos de publicar un segundo episodio de estas curiosas páginas. Mi abogado me ha
aconsejado que no lo haga. Dice que algunas de las personas interesadas todavía viven y
son fácilmente reconocibles. Dice que me demandarán sin contemplaciones. Bueno, pues
que me demanden. Me siento orgulloso de mi tío. Sabía cómo hay que vivir. En el prefacio al
primerepisodio dije que las Memorias de Casanova parecen una hoja parroquial al lado de
los diarios del tío Oswald y que el propio Casanova, aquel gran amante, parece un hombre
de escasos apetitos sexuales si se le compara con mi tío. Me mantengo en lo que dije
entonces y, andando el tiempo, lo demostraré ante el mundo. He aquí, pues, un pequeño
episodio entresacado del Volumen XXIII, exactamente igualque lo escribió Oswald:
«PARÍS Miércoles
Desayuno a las diez. Probé la miel. La entregaron ayer en un sucrier de Sèvres que
tenía un encantador fondo color canario que llaman jonquille. «De Suzie», decía la nota, «y
gracias». Es agradable ver que se te aprecia. Y la miel valía la pena. Entre otras cosas,
Suzie Jolibois tenía una pequeña granja al sur de Casablanca y era aficionada a lasabejas.
Sus colmenas estaban instaladas en medio de una plantación de cannabis indica y las
abejas extraían su néctar exclusivamente de esa fuente. Vivían, aquellas abejas, en un
estado de euforia perpetua y eran poco inclinadas a trabajar. Por consiguiente, la miel era
muy escasa. Unté una tercera tostada. La miel era casi negra. Tenía un aroma penetrante.
Sonó el teléfono. Me llevé el aparato ala oreja y esperé. Nunca soy el primero en hablar
cuando me llaman. Después de todo, no soy yo quien les telefonea a ellos. Ellos me
telefonean a mí.
—¡Oswald! ¿Está ahí? Reconocí la voz.
—Sí, Henri —dije—. Buenos días.
—¡Escúcheme! —dijo él; hablaba de prisa y parecía excitado—. ¡Me parece que ya lo
tengo! ¡Estoy casi seguro de haberlo conseguido! Perdone que le hable a trompicones, peroacabo de vivir una experiencia fantástica. Ahora ya ha pasado. Todo está bien. ¿Quiere
venir a casa?
—Sí —dije—. Iré.
Colgué el teléfono y me serví otra taza de café. ¿Sería verdad que Henri lo había
conseguido por fin? Si así era, quería estar presente para compartir la diversión.
Al llegar aquí, debo hacer una pausa para explicarles cómo conocí a Henri Biotte. Hará
unos tres años cogí elcoche y me fui a Provenza para pasar un fin de semana veraniego
con una dama que me interesaba, sencillamente porque poseía un músculo
extraordinariamente poderoso en una región donde otras mujeres no tienen ningún músculo
en absoluto. Una hora después de mi llegada me encontraba paseando a solas por la hierba
de la orilla del río cuando se me acercó un hombre bajito y moreno. Tenía el dorso delas
manos cubierto de vello negro, hizo una ligera reverencia y dijo:
—Henri Biotte, también invitado.
—Oswald Cornelius —dije.
Henri Biotte era peludo como una cabra. Su mentón y sus mejillas aparecían cubiertas
de pelo negro y enmarañado y unos mechones espesos le salían por los orificios de la nariz.
—¿Me permite que le acompañe? —dijo, colocándose a mi lado y empezando a hablarinmediatamente.
¡Y qué hablador era! ¡Qué gálico, qué excitable! Caminaba dando unos extraños sal
titos y sus dedos volaban como si quisiese esparcirlos a los cuatro vientos y sus palabras
estallaban como triquitraques de tan aprisa como las pronunciaba. Dijo que era belga y
químico y que trabajaba en París. Era químico olfatorio. Había consagrado su vida al estudio
de la olfacción.
—¿Se refiere...
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