Perro Peregrino
ÍNDICE
Portada
Dedicatoria
Una bolsa llena de agua
Diamel, el etíope
Las manchas de Simón
Otro en la manada
La casa familiar
El extranjero y un anciano de Galilea
El lugar del miedo
Hablar y morder
El lugar del amor
El extranjero y una joven de Galilea
La cueva
Lluvia sobre los desdichados
El extranjero y la gente de Galilea
PiedrasSara
Los modos de la distancia
Dos, entre cientos, a Jerusalén
Sandalias hacia el templo
El último pan
El rastro
Sobre la autora
Otros títulos de la autora
Créditos
Grupo Santillana
Para Silvia, la que llegó un día de la mano de Hugo
y trajo su genuino silencio a una mesa
demasiado estruendosa...
Para ella, para honrar su nuevo nacimiento.
UNA BOLSA LLENADE AGUA
Fue el último en nacer. Y ni siquiera alcanzó a disfrutar de las ventajas que le hubiesen otorgado su tamaño y su salud, porque muy pronto lo arrancaron del dulce alimento materno para arrojarlo al fondo de una bolsa. Sus seis hermanos ya estaban allí, de manera que él cayó sobre sus cuerpos.
La oscuridad se hizo absoluta cuando una cuerda cerróel saco en el que antes habían guardado aceitunas. El olor se hizo fuerte. Pero el gusto de la leche todavía perduraba. Y entre eso, más el bamboleo del andar, se quedó dormido.
Algunos de sus hermanos lloriqueaban de hambre y raspaban la tela gruesa intentando salir. Él, sin embargo, prefirió entregarse al vaivén de la marcha. No le era posible entender lo ocurría, pero había nacido tan fuertecomo optimista y no temió nada malo.
El camino fue bastante corto puesto que el hombre que llevaba la bolsa, sosteniéndola por la atadura con la mano derecha, vivía en Cafarnaúm, muy cerca del lago Tiberíades.
Primero, el suave bamboleo se detuvo. Después recomenzó y, casi enseguida, se transformó en un movimiento brutal; tanto que hasta él, fuerte y optimista, se hizo caca de puro miedo.También sus seis hermanos. Todos se hicieron caca adentro de la bolsa que un hombre de Cafarnaúm revoleaba a orillas del lago Tiberíades con el único propósito de arrojarla lejos, lo más lejos posible.
Hecho el trabajo, el hombre partió sin pedir perdón y la bolsa cerrada empezó a llenarse de agua.
Cerca, unas mujeres que lavaban ropa apenas si le prestaron atención a la escena.
Solamente una deellas se apartó el cabello de la cara usando el antebrazo húmedo y se quedó mirando la bolsa que navegaba, aunque más lo hizo por tomarse un descanso que por alguna clase de piedad.
El cielo de Cafarnaúm era de un color gris verdoso, como si reflejara los olivares que se extendían por la tierra. Y esa mañana era fría para la época.
Muy pronto la bolsa iba a hundirse. La lavandera que mirabahizo un chasquido con la lengua y se sumó al ritmo de sus compañeras de trabajo.
Entonces, la voz de un hombre las sorprendió.
—Mujeres, ¿vieron lo que acaba de ocurrir?
Sí, claro que lo habían visto, ¿y qué resultaba tan extraño? Apenas alguien que se libraba de unas crías de perro o de gato.
El hombre que les hablaba no era un mendigo, tampoco un acaudalado. Casi con seguridad sería hijo deun artesano o artesano él mismo, de aquellas familias a las que no le faltaban mantas ni carne de cordero.
—Lo hemos visto —respondió una que se llamaba Dorotea—. Igual que lo viste tú.
El hombre le prestó repentino interés. Parecía haber entendido algo.
—¡Cuánta razón tienes en llamarme hipócrita y flojo! —dijo.
Al oír esto, aunque sin entender demasiado bien lo que ocurría, las otraslavanderas volvieron de inmediato a fregar sábanas contra las piedras evitando quedar envueltas en un problema ajeno, o expuestas al enojo de alguien que, tal vez, tuviese más poder del que aparentaba, ¡no fuese a reclamar ante sus señores para que las castigaran por impertinentes!
—¿Acaso yo dije hipócrita o flojo? —se defendió la mujer que antes había hablado—. ¿Eso te dije? ¡Yo no dije eso!...
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