Phillip Pullman - La materia oscura: Luces del Norte

Páginas: 532 (132944 palabras) Publicado: 7 de enero de 2014
Título: LUCES DEL NORTE
Autor: (1995) Phillip Pullman
Título Original: Northern Lights. His Dark Materials
Traducción: (1997) Roser Verdaguer
Edición Electrónica: (2002) Pincho

En este espantoso abismo,
matriz de la naturaleza y tal vez tumba,
no de mar, ni tierra, ni aire, ni fuego,
sino de todos juntos en sus fecundadoras causas
confusamente mezclados, y al que debe combatirsesiempre,
a menos que aquel que todo lo hace y puede ordene
sus oscuras materias y cree más mundos,
en este espantoso abismo, el cauteloso demonio
se detuvo al borde del infierno y miró un momento,
considerando su viaje..
JOHN MILTON, El

paraíso perdido, libro II

2

PRIMERA PARTE
OXFORD

3

1
LA LICORERA DE TOKAY
Lyra y su daimonion atravesaron el comedor, cuya luz se ibaatenuando por
momentos, procurando mantenerse a un lado del mismo, fuera del campo de
visión de la cocina. Ya estaban puestas las tres grandes mesas que lo recorrían
en toda su longitud, la plata y el cristal destellaban pese a la poca luz y los largos
bancos habían sido retirados un poco con el fin de recibir a los comensales. La
oscuridad dejaba entrever los retratos de antiguos rectores colgadosde las paredes. Lyra se
acercó al estrado y, volviéndose para observar la puerta abierta de la cocina, como no viera a
nadie, subió a él y se acercó a la mesa principal, la más alta. El servicio en ella era de oro, no
de plata, y los catorce asientos no eran bancos de roble sino sillones de caoba con cojines de
terciopelo.
Lyra se detuvo junto a la silla del rector y dio un suave golpecito conla uña en la gran copa
de cristal. La vibración resonó en todo el comedor.
—Un poco de seriedad —le murmuró su daimonion—. A ver si sabes comportarte.
El nombre de su daimonion era Pantalaimon y normalmente tenía la forma de una mariposa
nocturna, una mariposa de color marrón oscuro, a fin de pasar inadvertido en la penumbra del
salón.
—Hay mucho ruido para que puedan oírnos en la cocina—le respondió Lyra en un
murmullo—. Y el camarero no vendrá hasta el primer campanillazo. ¡Deja ya de darme la lata!
Volvió, pues, a poner la palma de la mano sobre el resonante cristal mientras Pantalaimon
se alejaba revoloteando y desaparecía por la puerta entreabierta del salón reservado, situado al
otro extremo del estrado. Al poco rato apareció de nuevo.
—No hay nadie —musitó—, pero tenemosque darnos prisa.
Agachándose detrás de la mesa principal, Lyra se lanzó como un dardo a la puerta del salón
reservado y, ya allí, se paró a echar un vistazo alrededor. La única luz de la estancia era la
procedente de la chimenea, cuyos troncos fulguraron con vivo resplandor mientras los miraba,
levantando un surtidor de chispas. Aunque había pasado gran parte de su vida en el college,aquélla era la primera vez que entraba en el salón reservado: sólo tenían permiso para ello los
licenciados y sus invitados, nunca las mujeres. Ni siquiera lo limpiaban las criadas, sólo el
mayordomo.
Pantalaimon se posó en su hombro.
—¿Ya estás contenta? ¿Nos podemos marchar? —dijo en un murmullo.
—¡No seas tonto! ¡Lo quiero ver todo!
Era una estancia espaciosa y en ella había una mesa ovalada debruñido palo de rosa sobre
la cual estaban dispuestas varias licoreras, además de vasos y un artefacto de plata para moler
tabaco, provisto de un porta pipas. En un aparador cercano había un pequeño calientaplatos y
una cesta de cápsulas de adormidera.
—Se dan buena vida, ¿no te parece, Pan? —observó Lyra, conteniendo la voz.
Se sentó en una de la enormes butacas de cuero verde. Era taninmensa que podía
tumbarse en ella, pero se incorporó y se acomodó sobre las piernas para contemplar los
retratos colgados en las paredes. Probablemente antiguos alumnos: todos togados, barbudos y
siniestros, mirándola fijamente desde el interior de sus marcos, en actitud de solemne
desaprobación.
—¿De qué estarán hablando? —dijo Lyra o, mejor dicho, empezó a decir, ya que antes de
terminar...
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