Phoenix
Me acerco al coche rojo sin dudarlo, pero me detengo a unos
metros al identificar a Sabino y sus compinches deleitándose con los
peculiares productos que el conductor usa como anzuelo. Avanzo con más preocupación.
—Miren quién llega.—Acércate —me invitan—, y descubre lo bueno de la vida.
Uno de ellos me pone el brazo en la espalda. La presencia del grupo me anima ahablar con energía.—¿Dónde está Mario? El conductor me ignora.—¿No me oyó? La madre de mi compañero está muy preocupada y enferma. ¿Dónde está Mario? El sujeto se dirige a Sabino para urgirlo a que suba al coche de una vez. Me desespero.—Maldito cretino —tomo una de las revistas, la rompo y arrojo los pedazos al suelo—, ¿qué le hizo a mi compañero? El amigo que me abrazaba deja de hacerlo. Todosestán asombrados por mi actitud. El hombre sale del coche expulsando chispas por los ojos. Retrocedemos temiendo una agresión física. Toma los restos de su revista, sube al vehículo y arranca intentando
arrollarnos.—Tomen el número de las placas —grito. El prefecto se aproxima al escuchar un alboroto tan cerca de la puerta. Nadie contesta.—¿Alguien vio la matrícula? —cuestiono. Entre todos la armamos. Saco pluma y la anoto en la palma de mi mano antes de sentenciar—: Quiero hablar con el director de la escuela. Mis compañeros me observan confundidos, temerosos. Se van haciendo para atrás y murmurando diferentes excusas se alejan. El prefecto me acompaña a la dirección.
CCS: Martes, 10 de Septiembre.
Algo está pasando en mi interior. Puedo sentirlo. Hay una
transformación lenta pero clara.Es el poder de la última experiencia.
Después de la declamación exitosa me siento muy fuerte y seguro.
Además de enfrentarme al conductor del coche rojo, me gané el respeto
de Sabino y su grupo. El director no podía creer la historia que le conté.
Llamó a la madre de Mario y la viuda se presentó de inmediato. Por
recomendación del director me ofrecí, como testigo principal, a
acompañarla ala delegación de policía. Ahora todos los agentes buscan
el llamativo automóvil. Sé que me he metido en problemas gratis. Sé
que puedo sufrir alguna represalia del promotor pornográfico, pero me
siento bien aprendiendo a sumir riesgos,
Levanto la cara sobresaltado al percibir la presencia de alguien.
El patio escolar está totalmente solitario a excepción de la banca en
que me encuentro y dela chica parada frente a mí.
—Hola...Esta vez no viene acompañada de su amiga pecosa ni de su rubio
guardaespaldas. Me froto los párpados incrédulo.—Sheccid...
—Me causa mucha hilaridad la forma en queme nombras.
Algunos compañeros han comenzado a decirme así para burlarse.
—¿Burlarse? —Bajo la vista sin poder ocultar mi exacerbación.
—¿Estás ocupado?—Un poco.—No quiero quitarte el tiempo.Sólo he venido a disculparme.—¿Disculparte...? ¿De qué?—He hablado mal de ti. Te he hecho quedar en ridículo con medio mundo. He difundido la idea de que eres un depravado. Tal
vez lo seas, pero eso no me da derecho a publicarlo. El haberme dado
cuenta de mi impertinencia me obliga a pedirte una disculpa, no sé si
lo entiendas y no me interesa. Sólo vine a cumplir conmigo misma. La miro sincontestar.—Tus normas morales son muy especiales —profiero al fin—; te exigen sentirte bien contigo misma aunque hagas sentir mal a todos
los demás... Creo que no sabes valorar la amistad. Tomo mi cuaderno nuevamente y empiezo a pasar las hojas simulando que leo. Ella se queda de pie, tal vez arrepentida de lo que acaba de decir.
—No quise ofenderte. ¿Qué escribías?
Cierro el cuaderno. Me incorporo.—Nada.—Te escuché en la ceremonia de ayer. Me impresionaste.
—Todo el verano estuve ensayando.—¿Y cómo evolucionó la herida que te hiciste en la frente? Laúltima vez que te vi estabas inconsciente.
Siento calor en las mejillas como cuando me ruborizo. Quiero
explicar que no fui yo el de la nalgada, que cuando protesté por lo
que mis compañeros hicieron me arrojaron del coche y que estaba...
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