Picada
Luis Durand
Pedro Andaur se puso la mano en la frente, a manera de visera, para
poder mirar a contraluz los puntitos negros de los jotes que volaban
sobre una quebrada próxima a su rancho.
-Llega a levantar neblina el joterío -masculló entre dientes-; la
tendalá no má debe haber amaneció otra vez.
Luego, con la vista, buscó algo entre los cacharros esparcidos junto
a la vivienda,hasta descubrir ensartado en la quincha de su cuchillo
de ancha hoja, con mango forrado de cuero.
-Hay que hacerle empeño a un parcito de chalas -monologó limpiando
el acero en su mano áspero, llena de callosidades-; ahora que anda el
cuero botao, es hasta una maldá ir a dar ochenta cobres al llavero,
por sus chalas apercancás. Ni por muy voltario que uno sea...
Púsose en seguida los dedos junto a laboca, para oprimirse los
labios y emitir un agudo silbido, que roturó como un proyectil el aire
transparente y puro de la mañana.
-¡Calluza! ¡Calluza! -llamó.
Un perro amarillo, de ancho pecho y cortas extremidades, que
dormía bajo una pequeña carreta maderera, se paró de un brinco,
sacudiendo las orejas con un fuerte tableteo, para ir hacia el
hombre haciendo cabriolas, en tanto en un bostezoabría su hocico
puntiagudo.
-¿Tabai durmiendo, Callucita? -le acarició con la voz.
Miróle el quiltro con sus ojillos inteligentes, lanzando un aullido de
placer, para en seguida desperezarse estirándose y darse un
lengüetón por ambos lados del hocico tal si lo abanicara.
Eran los principios de febrero. En los lomajes próximos veíanse aún
sementeras en pie, rizadas levemente por el viento delamanecer.
Por el callejón cruzaba a esa hora los peones con la echona al
hombro, llevando en la mano el jarro de lata reluciente y la bolsa de
harina tostada para hacer el ulpo, con el agua de los esteros que se
deslizaban cristalinos bajo la sombra de las tupidas quilas. Con
pasos ágiles, dirigióse Andaur hacia la quebrada sobre la cual el
volar de los jotes había cesado. Seguramente estarían ahora entierra, parados junto a los cadáveres de los animales muertos esa
mañana, víctimas de la terrible epidemia que los diezmaba día a díaEl Calluza trotaba adelante, deteniéndose a ratos, para meter su
hociquillo curioso entre las matas o husmear bajo alguna gavilla
abandonada en el brusco vaivén de los carros emparvadores. De
cuando en cuando, algunos pajarillos salían volando rápidamente,
sacados desu reposo por el hocico impertinente del perro, que se
daba una vuelta en el aire, para caer las más de las veces
espatarrado sobre el suelo, en su vano intento de darles caza. A
ratos esperaba al hombre, para hacerle una manifestación de
afecto, que éste correspondía con palabras y caricias.
-¡Gilidioso que te han de ver mirá!
Eran los dos solos. Muerta la madre de Andaur, éste jamás se habíapreocupado de buscar una mujer que hiciera más agradable la vida
en el rancho. Por lo demás, él no advertía esta falta. Borracho
incorregible, todos sus jornales iban a parar al chinchel de Cheno
Gutiérrez, quien le daba a cambio vino suficiente para llegar casi a
gatas a su vivienda, cuando no quedaba tirado por los caminos
abrazado a su perro, romanceando la borrachera. Allí dormían
ambos,tapados sólo con el telón inmenso del cielo salpicado de
estrellas inquietas. Al despertar, cuando el lucero moría en el nacer
de la alborada, era sólo un breve tiritón, y cuando más un
estornudo, la única señal que dejaba en ellos la noche al raso.
Calluza era dormilón. Vivía aún sus primeros años, y su amo casi
siempre había de despertarlo con un turón en las anchas orejas.
-¡Levántate, guachito, coneso vamos a componer el cuerpo!
Alzábase el perro perezosamente sobre sus patas delanteras y
bostezaba, dejando escapar un aullido de mal humor. Después,
dando un alto ejemplo de abstinencia y buenas costumbres a su amo,
íbase a disfrutar de los tallitos tiernos que escogía entre el pasto.
A veces Andaur debía apremiarlo a que le siguiera:
-¡Ándale, pu ho! ¿Qué no tenís ganas de hacel la...
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