Picaflor No Somos Irrompibles

Páginas: 8 (1901 palabras) Publicado: 8 de mayo de 2014
Se decía que lo único que le quedaba de sus antepasados era ese rostro aindiado,pero nosotros sabíamos que no era así. Concluidas sus tareas como jardinero, en el preciso momento en don Nicandrose sentaba a matear a la puerta de su cabaña, tendía más allá de las alambradas de lachacra, hacia ahí nos íbamos mis primos y yo a pasar un rato a su lado. No porque fueraespecialmente cariñoso connosotros. Pero con ese olfato de la infancia para entender elrevés de los gestos de los adultos, sabíamos que nos quería. Nos bastaba mencionarle algún animal o alguna planta que hubieran despertadonuestra curiosidad de chicos de ciudad, para que él, como hablando para sí mismo, seabriera en un relato fantástico que, a su vez, le habían contado sus abuelos cuando eraniño y vivía en el noroeste de laArgentina. 97 Era un libro vivo don Nicandro, un libro parlante que guardaba un tesoro deleyendas indígenas. Aquella tarde de vacaciones yo acababa de ver, por primera vez, un picaflor. Sudiminuta hermosura me había impresionado. –Parece un pajarito inventado, donNicandro –Le dije más tarde-. ¿Cómo es que existe un ave así? El viejo se quedó unos instantes en silencio, como buscando algo ensusrecuerdos y, sin dejar de mirar a lo lejos, nos contó.
31. -“Hace mucho, mucho tiempo, cuando aún no habíamos nacido ni yo, ni mispadres, ni mis abuelos, eran dos las tribus que ocupaban aquellos pagos que despuésfueron los míos. Dos tribus que se llevaban a las patadas. Enemistados a muerte, vaya asaberse por qué, los caciques de cada una habían prohibido que su gente tuviera elmenor contacto con lade la otra. -Nuestro territorio llega hasta allí –había determinado uno de los jefes,señalando un bosque que se apretaba en las cercanías-. Prohibido atravesarlo. -Nuestras tierras terminan aquí –había anunciado el otro de los jefes, mientrashundía una rama en la tierra, marcando el límite de la entrada del mismo bosque, perodel otro lado. 98 Así fue como ese bosque se convirtió en un lugar vedadopara los indios deambas tribus. Una muralla de árboles y malezas que nadie se atrevía a pisar si queríaconservar el pellejo. Solamente algunos indiecitos, curiosos y traviesos como todos los chicos delmundo, se animaban de tanto en tanto a desobedecer las temibles órdenes y allá iban,sigilosos y dando un gran rodeo para no ser pescados por los mayores; allá iban, ahundirse en la espesura en buscade hierbas, huevos o lagartijas o simplemente a jugar,atraídos por la emoción que les producía el peligro de pisar un sitio prohibido. -Si serán zonzos nuestros padres... –pensaban-. Perderse ese lugar... Y los pequeños de ambas tribus retozaban a sus anchas, cada grupo sobre unextremo del bosque, hasta que la prudencia les indicaba que era mejor volver a lastolderías antes que se dieran cuentade su ausencia. Nunca se habían enfrentado, tan dilatado era para ellos el bosque y tanto era elmiedo de toparse con un enemigo que tenían, porque entonces... ¿qué hacer? Nunca se habían enfrentado y no se hubiesen enfrentado si no hubiera sido porAguará. Aguará. Se cuenta que era un indiecito bravo aquél, como digno hijo de uno delos caciques que era. 99 ¡Miren que tener el coraje de desafiar laprohibición de su propio padre! Pero esque un pensamiento lo obsesionaba: -¡Serán tan fieros los de la otra tribu? –Yatravesaba las malezas abriéndose camino a punta de machete, con las esperanza desorprender a alguno de sus enemigos, de los que se oían claramente las risas y los gritos,tan parecidos a los de ellos. Pero tampoco se habrían enfrentado si no hubiera sido por Tala, una indiecita delaotra tribu, fascinada por las flores y por el canto de los pájaros. Como hipnotizada se internaba en el bosque, en procura de ver y de oír colores ysonidos imposibles en la chatura del campamento. Sus compañeros apenas si seanimaban a trasponer las primeras hileras de árboles. Entretenidos como estaban los indiecitos de ambos grupos, ni cuenta que sedaban de las momentáneas desapariciones de...
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