pichulax

Páginas: 7 (1601 palabras) Publicado: 23 de junio de 2013
Esa mañana me había atrasado más de la cuenta para ir a la escuela y tenía miedo de que se me regañara, tanto más cuento el señor Hamel nos había dicho que nos interrogaría sobre los participios, y yo no sabía palabra de ello. Por un momento tuve la idea de faltar a clase y de largarme a vagar por los campos.
¡El tiempo estaba tan cálido y tan claro!
Se oía silbar a los mirlos en los linderosdel bosque, y en el prado Rippert, detrás del aserradero, a los prusianos que hacían ejercicios; pero tuve el valor de resistir y corrí rápidamente hacia la escuela.
Al pasar frente a la alcaldía vi que había gente parada cerca de la rejilla donde se colocaban los carteles. Desde hacía dos años, sólo habíamos tenido malas noticias sobre batallas perdidas. Requisiciones, órdenes de la comandancia;y yo pensaba, sin detenerme. "¿Qué será ahora?". Entonces, cuando atravesaba corriendo la plaza, el herrero Wachter, que estaba ahí con su aprendiz y se disponía a leer el cartel, me gritó:
- ¡No te apures tanto, chico; siempre llegarás demasiado pronto a la escuela!
Creí que se burlaba de mí y entré sin aliento en la salita del señor Hamel. Generalmente, al comenzar la clase producíase un granbullicio que se oía hasta la calle; un abrir y cerrar de pupitres, las lecciones que repetíamos en voz alta, todos al unísono, tapándonos las orejas para aprender mejor, y la gruesa regla del maestro que golpeaba sobre las mesas:
- ¡Un poco de silencio!
Yo contaba con este barullo para alcanzar mi banco sin ser visto; pero justamente ese día todo estaba tranquilo, como una mañana de domingo:Por la ventana abierta, veía a mis camaradas alineados ya en sus sitios y al señor Hamel que pasaba y repasaba con la terrible regla de fierro bajo el brazo. Había que abrir la puerta y entrar, en medio de esa gran calma. ¡Calculad si yo no estaría abochornado y si no tendría miedo! Y bien, no. El señor Hamel me miró sin encolerizarse y me dijo muy suavemente:
- Ve presto a tu sitio, mi pequeñoFrantz; íbamos a comenzar sin ti.
Pasé por encima del pupitre y me senté, a continuación, en mi banco. Sólo entonces, un poco repuesto de mi temor, observé que el maestro llevaba su levita verde, su fina chorrera plisada y su casquete de seda negra, que sólo se ponía los días de inspección o de distribución de premios. Además, la clase entera tenía algo de extraordinario y solemne. Sin embargo, loque más me sorprendió fue ver en el fondo de la sala, en los bancos que por lo común permanecían vacíos, aldeanos silenciosos como nosotros: al viejo Hauser con su tricornio, al antiguo alcalde, al antiguo factor y también a otras personas más. Toda esa gente parecía triste; y Hauser había llevado un viejo abecedario comido en los bordes, que mantenía abierto sobre las rodillas, con sus grandesanteojos fijos a través de las páginas.
Mientras me asombraba de todo esto, el señor Hamel habíase ubicado en su cátedra, y con la misma voz dulce y grave con que me había recibido, nos dijo:
- Hijos míos, es la última vez que os haré clases. Ha llegado orden de Berlín de no enseñar más que el alemán en las escuelas de Alsacia y Lorena... El nuevo maestro estará aquí mañana. Hoy es vuestra últimalección de francés. Os suplico estéis bien atentos.
Estas palabras me trastornaron. ¡ Ah, los miserables! Era eso lo que decían los carteles de la Alcaldía.
¡Mi última lección de francés!... ¡Y yo que sabía apenas escribir! ¡No lo aprendería nunca, pues! ¡Tendría que quedar en eso! ¡Cuánto me dolían ahora el tiempo perdido, las faltas a clases para salir a buscar nidos y zambullirse en el Saar!Los libros, que recién me habían parecido tan fastidiosos, tan duros de llevar – mi gramática, mi historia sagrada -, antojábanseme viejos amigos, de los que con mucha pena me tendría que separar. Eran como el señor Hamel. El pensamiento de que iba a marcharse, de que no lo volvería a ver más, me hacía olvidar los castigos y los reglazos. ¡Pobre hombre!
Para honrar su última clase, se había...
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